El cruce de la peatonal Córdoba con Corrientes tiene instalados cuatro semáforos, dos de ellos en el piso para advertirles a quienes usan el celular de lazarillo que pueden, o no, cruzar la calle. El tiempo para atravesar los ocho metros de asfalto lleva unos 12 segundos a paso cansino, pero las franjas luminiscentes del piso dan 20. Si alguien se estaciona en la esquina unos 15 minutos cae en la cuenta que las proyecciones de los expertos municipales han pecado de optimistas ya que son muchas las oportunidades en que se ven chicos y chicas que cruzan esquivando autos y colectivos quitando apenas la vista de sus teléfonos.
20 segundos
Pero el caso lleva a preguntarse qué cuestión excluyente les hace perder de vista que cruzar Corrientes con el semáforo en rojo puede llevarlos al hospital. ¿Cuánto tienen que esperar?, ¿40 segundos?, no es mucho tiempo, no se pueden hacer tantas cosas en ese lapso, salvo pararse delante de una vidriera, elegir una mesa en un bar para tomar un café, contestar un mensaje cuya respuesta bien puede dilatarse esos segundos, y pavadas así por el estilo.
No, no es por ahorrar tiempo; quizás sea porque la realidad cercana les resulta aburrida, gris, repetitiva y buscan en el celular todo el tiempo algo significativo, que los impacte. Y así, van por la calle corriendo una carrera de vallas, insatisfechos, esperando a cada momento algo que lo saque de una medianía que no ofrece alternativas. Mientras, torean a los autos y allanan cordones. Lo mismo harán en la casa, con la familia, en clases y en la hora de gym.
Deberían enderezar el cuello y levantar la vista. Les está pasando la vida por el costado y no se dan cuenta. Esquivan algunas tristezas, pero se pierden muchas alegrías.