No es precisamente el título de un relato del siglo XVIII, sino parte de una cruda y compleja realidad que viven algunas escuelas enclavadas en barrios de nuestra ciudad. Que fue reflejada con verismo por una periodista de este medio y que se sintetiza en las palabras con que encabeza la nota: "Nadie quiere dar el nombre, todo el mundo tiene miedo. Hay alumnos, docentes y asistentes escolares que ya saben qué hacer al escuchar un tiroteo. Alejarse de las ventanas, apoyarse contra la pared, tirarse al suelo" (1). Es que a la ciudad le han ido creciendo zonas donde en relación inversa al proceso de desindustrialización que sufría, se fueron asentando kioscos, cocinas caseras o búnkers que denunciaban la típica presencia del agrupamiento narco, con la consiguiente marca de violencia y terror.
Educar en las fronteras
El proceso se fue extendiendo como una mancha de aceite, fagocitando a barriadas proletarias, como La Tablada, que en un tiempo fue asentamiento de obreros de los frigoríficos, de metalúrgicos y de ferroviarios. Paralelamente prosperaron como metástasis "villas miserias" como las que hoy atraviesan Empalme Graneros o Santa Lucia, entre tantas otras.
Espacios que alojan a una población de indigentes —acrecentada por efectos de las actuales políticas económicas— que viven en desamparos materiales y simbólicos. Lugares donde en esa pérfida amalgama de miseria, desocupación, ausencia total de servicios esenciales y accionar sin límites de bandas narcocriminales, con la complicidad de parte de las fuerzas de seguridad, se amaron las condiciones que derivaron en el horrendo asesinato de la niña Guadalupe Medina, cometido en el asentamiento conocido como Villa Banana.
Allí, al decir de las crónicas policiales, tres individuos que integraban una bandita dedicada al narcomenudeo, y que asolaba al vecindario, violaron y asesinaron a la pequeña (2). Quien se asome a la historia de algunos de los imputados se encontrara con universos de frustraciones, carencias y abandonos —que no justifican tamaño hecho— pero que nos permiten una explicación del horror.
Que nadie suponga que hay en esta población una vocación por esa vida. Ha sido un sociólogo como Loic Wacquant, discípulo y colaborador de Bourdieu, quien ha indagado sobre los efectos siniestros que las políticas neoliberales han dejado en las poblaciones más desposeídas. Ha calificado a ellos como "la escoria de la sociedad de mercado" y que son parte de lo que llama "la nueva pobreza", hacinados en zonas inundables, en construcciones precarias y con mayor precariedad laboral. Donde crecen esos niños que como a Guadalupe y tantos otros no los alcanza la protección que emana de la Convención Internacional de los Derechos del Niño.
En esos territorios, conviviendo con el horror, como ínsulas desempeñan su abnegada labor trabajadores de la educación y de la salud.
No se ha prestado suficiente atención a los letales efectos que provoca este cuadro de situación, tanto en los procesos educativos como en la salud mental de los actores sociales participantes (trabajadores de la educación y chicos que concurren a las escuelas). En mi libro "La escuela en la encrucijada: entre drogas y violencias" me he detenido a estudiar estos procesos. Resumiendo nos referimos a cuatro cuestiones principales:
• Deterioro del vínculo pedagógico, principal instrumento de los aprendizajes escolarizados.
• Visible deterioro de la salud mental de la comunidad educativa, que va a tener múltiples expresiones, entre ellas el denominado bourn out en los trabajadores y quebranto de la salud entre los chicos.
• Alteración de la vida cotidiana escolar, incidiendo en actividades y prácticas usuales que son parte de los procesos educativos.
• Erosión de las relaciones y vínculos que la institución escolar mantiene con el medio social, interfiriendo sus relaciones con el vecindario. Las defensas y acorazamientos que van erigiendo las escuelas para evitar ataques vandálicos, provocan por un lado un mayor distanciamiento de la población circunvecina, de donde provienen la mayoría de los pibes que asisten.
El desafío
Es complejo el desafío que enfrentan los compañeros docentes que en precarias condiciones desempeñan su actividad en esas circunstancias. Fronteras donde vida, valores y códigos adquieren otras significaciones. Ignoradas por la mirada oficial, pero vigentes para quienes transitan esos lares, donde el olvido puede costar el pellejo.
Que no se crea que todos los que habitan esos lares responden al mismo perfil moral. Son muchos los que anhelan y luchan por una vida digna, que quieren trabajo estable, educación, salud y vivienda adecuada para ellos y sus familias.
Es un hecho que aún en las condiciones más adversas las comunidades no se suicidan, y cuando de salvar la cría se trata (amenazada por violencias y drogas) siempre encuentran caminos para resolver. Así lo hicieron las Madres de Plaza de Mayo quienes desde las catacumbas del horror se transformaron en la conciencia viva de un pueblo que no retrocedió ante la prepotencia brutal de la dictadura.
Nosotros nos sentimos identificados con estos sectores, acompañamos sus deseos, y apostamos a generar estrategias preventivas que movilicen tanto al barrio como a sus instituciones. No es con la resignación que postulan algunos, orientando a la adaptación pasiva que vamos a salir de esta crisis.
Por esta razón es que venimos desarrollando algunas experiencias en "zonas calientes" formando adolescentes preventores y madres preventoras que acompañen los esfuerzos de la comunidad educativa para gestar una cultura de la tolerancia, del respeto por las diferencias, asentadas en el esfuerzo y el trabajo.
(1) Silvina Dezorzi "En escuelas de la zona sur empezaron a dar clases custodiados por la policía", LaCapital, 24 de mayo 2016.
(2) María Laura Cicerchia: "Quedo tras las rejas otro imputado por el crimen de la niña Guadalupe Medina", LaCapital, 4 de junio de 2016.
Horacio Tabares / Director de Vínculo, Centro comunitario de salud mental