En los muchos años que llevo viviendo en este país, hay dos fenómenos que no dejan de asombrarme y que, pese a estar en los extremos del espectro ideológico, tienen por denominador común la ignorancia: que uno de cada cuatro habitantes del país más avanzado, en el orden científico y tecnológico, de la historia crea en la literalidad de la Biblia (para no hablar de otras creencias) es tan sorprendente como saber que en los departamentos de humanidades de incontables universidades de ese mismo país —donde el capitalismo ha mostrado su mayor pujanza y pertinencia— campeen los más ilusos truísmos de izquierda y se adoctrine a los estudiantes en la interpretación marxista de la historia. Que ambas supersticiones disfruten de tan buena salud en la sociedad más desarrollada del planeta me confunde y me asombra.
EEUU, entre la ignorancia de la derecha y la izquierda
Cómo pueden conciliarse los descubrimientos e invenciones que a diario se hacen en el campo de la astronomía, de la medicina, de la cibernética y de otras muchas disciplinas con el mito de la costilla de Adán, el arca de Noé o el paso en seco del mar Rojo? ¿Cómo pueden cohabitar, en una misma mente, la certeza de los viajes espaciales con la creencia, por ejemplo, en la resurrección y segunda venida de Cristo, para no hablar de las vírgenes y los dátiles que esperan al musulmán en su paraíso, que de todo hay? Es como imaginar que un ingeniero de la Nasa siga creyendo que los Reyes Magos entran por las rendijas de las puertas para dejar sus regalos a los niños en la mágica noche de Epifanía. ¿Será posible? Pues sí, ya que "la fe es [...] la convicción de lo que no se ve", como dice el autor de la epístola a los Hebreos para consuelo de los creyentes de cualquier religión.
En las antípodas de este discurso, está la izquierda rancia atrincherada en sus universidades, envenenando a nuestros jóvenes con catecismos pseudocientíficos del siglo XIX e indisponiéndolos en contra de la sociedad real donde habrán de instalarse y trabajar y donde rigen naturalmente los presupuestos del único sistema real: el capitalismo, que se basa en la esperanza y el deseo de poseer de los seres humanos, el cual ha sido, durante milenios, el motor de la civilización. Esa ambición de conservar y de adquirir —bienes, salud, saberes— se ejerce a plenitud en un clima de libertad, sin la camisa de fuerza de un superestado regulador y dueño que quiera tratarnos a todos como un rebaño en nombre de una igualdad que, en el fondo, deriva de la religión. Resulta escandaloso que, luego del fracaso universal de las ideas socialistas, catervas de profesores sigan haciendo su elogio desde las casas de estudio más influyentes del sistema que salió vencedor.
Aunque parezcan muy distintas y contrarias estas posiciones —la ingenua fe religiosa y el credo, no menos ingenuo, de la izquierda intelectual—, ambas responden a una misma cosmovisión y se sustentan en un mismo terreno: la ignorancia, que es tanto el desconocimiento de hechos fundamentales como la voluntad de suplantar con consejas los dictados de la razón. Esta ignorancia —que vemos prosperar en diversos ámbitos de la nación más rica y poderosa que ha conocido el mundo y que se ha manifestado como pocas veces en esta ya larga fatigosa campaña electoral— enturbia nuestras esperanzas en un futuro fundado en la razón y en que los adelantos que nos traiga la ciencia contribuyan realmente a la felicidad de los seres humanos, prescindiendo de redenciones milagrosas y de engañosas utopías.
Vicente Echerri (*)
El Nuevo Herald (Miami)(*) Escritor cubano