El centro-sur de Santa Fe se caracteriza climáticamente como húmedo-subhúmedo. Un año promedio presenta durante la primavera lluvias frecuentes y adecuadas para la implantación de cultivos de verano; una corta e intensa sequía en medio del verano (30 días de duración con un déficit de 90 mm); un otoño de lluvias frecuentes e intensas que recargan el suelo, con un marzo que presenta la mayor precipitación promedio mensual con 140 mm y un invierno seco con la mínima precipitación en agosto.
El centro-sur de la provincia Santa Fe se lleva la peor parte por la falta de agua
El centro-sur de la provincia está constituido por los departamentos Caseros, Constitución, Rosario y San Lorenzo, con alrededor de 1 millón de hectáreas, con un 85% de suelos con capacidad agrícola y posiblemente el mejor clima para la realización de cultivos extensivos anuales de Argentina. Casilda se ubica en el centro de esta región y sus características climáticas, de suelos y de modelos productivos pueden ser extrapolados al resto de la región.
Para Casilda el promedio de lluvia anual 1920–2000 es de 945 mm, con un desvío de más o menos 30%, significando que debe considerarse "normal" un año que presente entre 700 y 1300 mm.
En los últimos 10 años ocurrieron variaciones de lluvias desde 505 mm, en 2008, hasta 1.487 mm en 2012. Los datos de que se disponía no alcanzan para comprender el clima actual, la interpretación de estas variaciones se orienta al caos climático producido por el cambio climático global.
Durante las últimas cinco campañas anteriores a la que está finalizando (2017-2018) ocurrieron lluvias superiores al promedio que originaron variados problemas de excedentes hídricos. Uno de ellos ha sido la elevación de las napas freáticas, producido por la interacción de lluvias mayores a "lo normal" con el errado sistema de uso de los suelos.
La salida de la campaña 2016-2017 encontró los suelos saturados, colmada su capacidad de almacenaje, que permitía pronosticar un excelente recorrido de los cultivos para la próxima campaña hasta aproximadamente la mitad de su ciclo, en particular para los invernales como trigo y cebada. Los de verano deberían disponer del aporte de las lluvias para ofrecer rendimientos altísimos como los de las últimas campañas. Como durante invierno y primavera hubo lluvias superiores a lo normal la cosecha de los cultivos invernales ofreció rendimientos excepcionales.
Sin embargo, desde fines de la primavera 2017 las lluvias comenzaron a escasear en toda la región; excepcionalmente algunas zonas restringidas recibieron lluvias normales. El agua almacenada y las lluvias primaverales permitieron un excelente comienzo de maíz y soja, incluso con problemas de anegamiento a la siembra.
Pero contra muchos pronósticos climáticos ocurrió que concluido el período de lluvias primaverales no hubo casi lluvias convectivas durante el verano y el ciclo más lluvioso del año, como ocurre entre el 15 de febrero y el 15 de abril se está yendo y no ocurrió aún. De los 140 mm promedio que llueve en marzo en Casilda solo se registraron 3 mm. Durante los 90 días del verano casi no llovió en el Sur de Santa Fe, con algunas precipitaciones localizadas de entre 15 y 30 mm.
Merece informarse que la situación del centro-sur de Santa Fe es mucho menos crítica que la del resto de la región Pampeana Argentina porque como siempre ocurre se presentaron en ella lluvias convectivas (la típica tormenta de verano, localizada, con intensa actividad eléctrica y frecuente granizo) que aunque de pequeño milimitraje aportaron agua a los cultivos en los períodos de altas temperaturas desde noviembre hasta febrero.
Producción agrícola. Es necesario considerar que en el Sur de Santa Fe se presenta importantes diferencias de potencial productivo entre los suelos planos y aquellos que por ser ondulados, con pendiente, han sufrido un siglo de erosión hídrica por la práctica de explotación agropecuaria.
La pérdida de producción de soja de primera y de maíz por efecto de la escasez de lluvias difiere entre ambas zonas, porque los lotes erosionados manejados por explotación agropecuaria no pueden retener la misma cantidad de agua de lluvia que los lotes planos; en consecuencia han sentido la falta de lluvia antes y más gravemente que los lotes planos.
Para la región como totalidad los cultivos de soja de primera y maíz, sembrados en fecha y sobre lotes planos con abundante almacenaje de agua cumplieron su ciclo con leves limitaciones debidas a la restricción hídrica hacia el final, en el período de llenado de granos. Su pérdidas se estiman en valores de 15% (soja de primera de 45 a 38 qq/ha y maíz de 110 a 94 qq/ha). Soja de primera y maíz en lotes erosionados perdieron un 25% de su producción potencial (soja de primera de 38 a 29 qq/ha y maíz de 95 a 70 qq/ha).
La pérdida de rendimiento es mucho mayor en soja de segunda, que parte siempre de un suelo escaso de agua almacenada por el uso que el cultivo de primera hizo de ella (en nuestra región trigo, cebada, lenteja y arveja, en orden decreciente de extracción de agua). La soja de segunda requiere una mayor frecuencia de lluvias para completar su ciclo satisfactoriamente; por lo tanto es más insegura en términos productivos. La pérdida de potencial productivo de la soja de segunda sobre trigo en lotes planos se estima en al menos 40% (32 vs. 20 qq/ha) y en lotes erosionados en al menos un 50% (27 vs. 13 qq/ha). Merece señalarse que de continuar la sequía las pérdidas en soja de segunda serán mayores porque continuaría resintiéndose el llenado de granos.
Implicancias territoriales.
Esta escasez de lluvias que se presentó, al disminuir la producción de los cultivos de verano que son los más importantes (mayoritariamente soja de primera), afecta tanto a los actores directos de la agricultura como a los demás integrantes de las comunidades.
El volumen total de bienes producidos resulta menor y en una región donde la absoluta mayoría de propietarios de tierras y de productores residen y actúan en el territorio, esa disminución chorrea "restricciones" a todos los estratos de la sociedad.
En otras regiones pampeanas, con poca población, el golpe de la baja producción afecta menos al territorio porque no han desarrollado los procesos sociales de generación de intercambios (aunque obviamente son territorios desolados y atrasados "civilizatoriamente" hablando).
La disminución de la capacidad de pago de los productores afecta en principio a empleados y proveedores de servicios agrícolas, e indirectamente en cadena a la demanda territorial de bienes y otros servicios. A su vez determina una situación de iliquidez general para encarar la próxima campaña, distorsionando la operatoria productiva y comercial.
La mayoría de los insumos y servicios se pagan al cierre de la campaña, es decir luego de la cosecha. La forma en que pueden cubrirse esos débitos en un año de poca producción dependen de la capacidad financiera del productor. Si la cosecha no es suficientemente abundante, se afecta tanto los que contribuyen al principio (proveedores de semillas, agroquímicos, fertilizantes, servicios de siembra, tratamientos y monitoreo) como los que actúan durante y luego de la cosecha (equipos de cosecha, transporte, almacenaje y flete a puerto).
Un aspecto de directa incidencia en el funcionamiento territorial es que la existencia determinante del sistema de alquiler anual en quintales de soja fijos coloca en situación crítica al tomador de tierra, el denominado coloquialmente contratista, que paga un alquiler exageradamente alto, (es la mayor parte del costo de producción) y como aproximadamente el 80% de los cultivos del centro-sur de Santa Fe se realizan con esta modalidad, la disminución de la producción por ha determina una notable precariedad financiera para todos los contratistas y en muchos también precariedad económica, justamente perjudicando más a los productores que a los propietarios rentistas. La precariedad es mayor para aquellos que pagaron el alquiler adelantado.
Como durante los últimos 30 años la actividad agrícola ha ofrecido altísima rentabilidad, sobre todo a partir de la soja transgénica, la demanda de tierra para sembrar soja superó largamente a la disponibilidad de tierra agrícola y avanzó sobre tierras de menor aptitud, disparando el precio de los alquileres, sencillamente por aquella ley del mercado de que los bienes escasos tienen mayor precio.
Asimismo, los propietarios de tierra "potencialmente sembrable" prefieren los arreglos verbales de alquiler, para disponer de libertad contractual para la campaña siguiente.
Este sistema de alquiler obliga al tomador de tierra a pagar ese elevadísimo alquiler y este, en consecuencia, "organiza" su actividad productiva para lograr el máximo rendimiento por ha, tratando de disminuir los restantes costos. No se trabaja para el rendimiento más estable, se juega "a pleno" en términos ruleteros. Ocurre entonces que todos "apuestan" a obtener el máximo rendimiento, no el más seguro. Como todos los contratistas de toda la región proceden de idéntica forma, la sequía afecta a todos los cultivos, porque ha sido sembrados con la misma genética, en la misma fecha, con la misma técnica, y presentan su período crítico en el mismo momento. Si allí se establece la sequía resulta afectada toda la región, pero en principio el productor-contratista.
Habrá que esperar al cierre de la campaña para hacer el balance correspondiente, que no es sólo hacer cuentas de entradas y salidas y diferencias de capital empresa por empresa, sino entender el alcance de la sequía como un fenómeno natural y recurrente, que afecta a todo el territorio, es decir a quienes habitan en él.