La labranza parecía una palabra erradicada de la agricultura argentina. Pero hoy se transformó en una luz de alerta. La aparición de malezas en los últimos años, pero también más atrás en el tiempo los problemas de compactación de los suelos o el reacomodamiento de lotes luego de períodos de exceso de agua, volvió a instalarla en el país, que ostentaba el récord mundial en la adopción de siembra directa. Pero, además, convirtió al laboreo en una amenaza a un capital productivo y científico que se cosechó durante casi cuatro décadas, justamente en un contexto en el cual el cambio climático demanda respuestas rápidas y efectivas que este sistema de producción asegura.
La labranza: la gran amenaza para un sistema sustentable
Por Sandra Cicaré
“Una de las principales razones por las cuales se incrementó la labranza fue porque no hicimos las cosas del todo bien, y muchas veces abordamos las consecuencias en vez de las causas”, dijo Rodolfo Gil, master en suelos de la UBA y director académico del Sistema Chacras de Aapresid, en el panel que dio inicio al 31º Congreso de la entidad que se realizó esta semana en Rosario bajo el lema: Carbono, fuente de vida, que puso el eje sobre la forma más eficiente de sacar este componente de la atmósfera y llevarlo al suelo, para frenar el calentamiento global.
“Hoy hay necesidad de meter carbono en el suelo”, recordó Gil quien explicó que el aumento de la temperatura del ambiente es “algo que está pasando”, ya que la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera pasó de 317 partes por millón en 1959 a 423 partes por millón este año. “El cambio climático es una realidad, porque sacamos carbono fósil del suelo y lo ponemos en la atmósfera cuando tenemos que hacer lo contrario”, agregó el especialista para quien la siembra directa es la mejor forma de ayudar con ese proceso.
Por eso, esta vuelta atrás que no siempre es total, sino que en algunos casos se trata de laboreos mínimos que interrumpen el sistema de siembra directa continua, empezó a debilitar sus bondades. “Hace más de 35 años tenemos a la siembra directa como una herramienta muy eficiente desde el punto vista del uso del agua en agricultura de secano y que marcó un hito e hizo una gran diferencia en la producción de Argentina”, recordó Germán Fogante, de la regional Chacra Los Surgentes Inriville de Aapesid. Según detalló, hace años atrás comenzaron a ver “una dinámica de intervención sobre la SD que continúa y nos preocupa”.
Según estiman los referentes del sector, el avance de técnicas que promueven la remoción del suelo le está haciendo perder más de diez puntos de superficie a la siembra directa en Argentina, que llegó a tener un 98% de adopción en su mejor momento.
Pero, además, la principal preocupación del sector es la de perder un largo camino recorrido que viene haciendo Argentina con la siembra directa, que contribuyó a la conservación del suelo y el agua, en un contexto global donde la sustentabilidad se mide no sólo en términos ambientales sino económicos.
“Argentina emite menos del 1% de los gases de efecto invernadero y con nuestro aporte a la mitigación, ese porcentaje podría ser muchísimo menor”, indicó el presidente de Aapresid, Marcelo Torres, y explicó que esto se puede lograr “manteniendo nuestros campos verdes y vivos, con rotaciones diversificadas”.
“El mundo está buscando formas de producir y abastecerse con alimentos fibras y energías de origen sustentable, de menor huella de carbono, pero la sustentabilidad merece un debate serio y apoyado en la ciencia”, agregó Torres y recordó que “en el mundo se habla cada vez más de agricultura regenerativa cuando nuestros sistemas sustentables en siembra directa conservan y regeneran”.
La fábrica biológica, en apuros
Por eso, pioneros de la SD como Gil hicieron una autocrítica y consideraron que este regreso parcial a la labranza convencional fue producto de que “quizás no transmitimos del todo bien los principios básicos de lo que se denomina un sistema de producción” que es integral. En ese desajuste incluyó el cambio generacional. “Muchos jóvenes productores y técnicos que nacieron con la siembra directa consideraron que se trataba de un sistema simple que consistía en sembrar sin arar, cuando no es sólo eso”, dijo.
En cambio, la definió como “una fábrica biológica”, cuyos principios básicos son la cobertura total del suelo la mayor parte del año, o un suelo vivo que saca agua mediante la transpiración y permite el ingreso del dióxido de carbono; sin laboreo, con actividad biológica y dentro de un sistema de intensificación, pero no de insumos sino de procesos”, dijo, Algo que “requiere pensar a la agricultura “en función de las características del ambiente” y no replicando un mismo modelo en distintas zonas, a modo de patrón único.
“En la agricultura tradicional se puso el foco en modificar el ambiente, especialmente el suelo con el laborero para que la genética de la semilla exprese su mayor potencial”, explicó Gil, pero “la agricultura que buscamos es todo lo contrario, se trata de poder adaptar la planta y la tecnología a cada ambiente y que éste exprese el potencial con el mínimo disturbio”.
Ese cambio radical hoy está en el foco de la discusión, especialmente porque mercados como la Unión Europea imponen exigentes requisitos de ingreso y reclaman condiciones de producción ambientalmente amigables. También, porque en el comercio internacional la comercialización de los bonos de carbono, especialmente a países que no pueden cumplir con los requerimientos de bajas emisiones, se instala con más fuerza.
En ese sentido, Argentina está en un momento bisagra. “Construir es mucho más lento que destruir”, alertó Marcelo Arriola, asesor privado y a cargo de la cátedra de manejo de suelos en la facultad de agronomía de la UCA y del sistema Chacra Pergamino de Aapresid. “Hoy tenemos capas densas en los suelos y problemas físicos que impiden penetrar a raíces y suelos, hacen más ineficientes los procesos y eso hace que linealmente pensemos en solucionarlo con otros procesos físicos como la remoción”, dijo en referencia “al círculo vicioso que nos hace dependientes de las labranzas”. Porque se oxigena superficialmente el suelo, aumenta la cantidad de microorganismos y de mineralización de la materia orgánica, ésta se pierde y cae el carbono, explicó cuando lo que tenemos que hacer es “recarbonizar los suelos”. Por eso el problema requiere, “una solución biológica” que se interrumpe con las labranzas.
Llamó a pensar en forma integral el sistema, a capturar a largo plazo carbono mediante las raíces, que a su vez exudan nutrientes que aumentan la actividad biológica. Pero alertó que “esto debe ser un proceso continuo”, porque de lo contrario, se interrumpe el ciclo y por caso, la generación de organismos puede volverse un boomerang. “Hay que tratar siempre de imitar a la naturaleza”, aclaró Arriola para mencionar que la siembra directa es un sistema integrado que requiere intensificación, diversificación y nutrición balanceada.
Experiencias internacionales
Ese modelo que el que llevó a Venezuela Hernán Torre, graduado en la UCA de Córdoba y licenciado en gestión empresaria que desde hace más de quince años trabaja en ese país y formó allí una regional de Aapresid. Al territorio venezolano la siembra directa llegó de la mano de vendedores de maquinaria (sembradoras), pero según indicó, el concepto sobre el sistema era errado. “Había confusión entre siembra directa o sembrar directamente”, explicó.
Mediante un trabajo arduo hoy realizan análisis de suelo y ajustaron las fechas de siembra en función de la variabilidad climática (temperaturas, luz y ciclo de lluvias). También mejoraron el aporte de nutrientes. “Nos enfocamos en la no roturación del suelo, rotación de cultivos y fertilización”, dijo y en ese camino buscan que la siembra directa ahora sea un sistema, y no sólo una práctica.
Algo similar fue la experiencia que comentó Jorge López Menéndez, quien fundó la regional Aapresid de Africa. Trabajó en 9 países de los 25 del continente que tiene “un 65% de la tierra arable para poner a producir”. Aunque el potencial es mucho, el especialista explicó que allí no sólo se trata de poner el foco en la sustentabilidad ambiental, sino esencialmente económica y social, porque las familias producen para alimentarse y vivir.
Explicó que fue un camino arduo pero “cuando ven los resultados adoptan las nuevas tecnologías”. Los frutos ya se vieron y en el caso del arroz, la adopción de siembra directa les permitió pasar de una productividad de 300 a 3.000 kilos por hectárea con un potencial aún mayor. El desafío actual es lograr sumar los cultivos de servicio para tener el campo verde todo el año.
Otra experiencia del éxito del sistema fue la que planteó Murillo Teixeira, egresado de la Universidad Federal de Santa María en Brasil y especialista en ecofisiología de los cultivos que maneja la estancia Cerro Du Oro, en la zona de San Gabriel en el estado de Rio Grande do Sul. Es una hacienda mixta en la cual la aplicación de tecnología, como agricultura de precisión, potencial genético se combinó con un manejo basado en la biodiversidad del suelo. También mediante la utilización de bionsumos y el pilar de agricultura regenerativa lograron no sólo aumentar los kilos por hectárea en cultivos sino además un proceso progresivo de secuestro de carbono. “Está todo en la naturaleza, a la gente sólo le queda trabajar”, resumió.
“La naturaleza no descansa. Si queremos tener un sistema sustentable, preguntémosle a ella”, sintetizó Gil para expresar esta nueva forma de encarar la producción.