“Necesitamos más agricornios”. La consigna de Manuel Otero, presidente del Iica, resonó en el congreso de Maizar como el llamado a poner en valor un modelo de desarrollo que ya se está construyendo: el de la bioeconomía. Un camino que, a partir de reconocer el protagonismo productivo del agro, articula un programa de crecimiento con la energía, el desarrollo local, el agregado de valor, la industria y la ciencia y la tecnología.
El maíz, protagonista de la era de la bioeconomía
Por Álvaro Torriglia
Para el jefe del organismo interamericano, los países de la región tienen en la bioeconomía la oportunidad de abrazar un modelo de desarrollo que la saque de una crisis que incrementó en forma alarmante los índices de pobreza.
“Los mercados de los bioproductos crecen más rápido que los tradicionales y además la bioeconomía ayuda a cumplir los compromisos de desarrollo sostenible acordados con la comunidad internacional”, aseguró.
América, y Argentina en particular, no parten de la nada en esta carrera. Son concretos y numerosos los casos de experiencias privadas y políticas públicas relacionados con la biotecnología, a bioenergía, la producción de bioinsumos y las estrategias productivas de mitigación del cambio climático.
Y el maíz, con su poderoso encadenamiento productivo y territorial, es un actor protagónico de ese ecosistema. “Tiene 4 mil usos posibles y nuestro maíz tiene la menor huella de carbono del mundo”, enfatizó Pedro Vigneau, presidente de Maizar, mientras se calzaba unas zapatillas fabricadas en China en base a polímeros del cereal. Un producto, dicho sea de paso, que bien podría hacerse en el país.
De hecho, para Vigneau “no conviene llevarse el maíz sino industrializarlo acá”. Seguir en ese camino es impulsar el “desarrollo, el arraigo, la sustentabilidad y la innovación”.
El congreso de la asociación que reúne a todos los actores de la cadena del maíz abrió con tono bien político. Y bien direccionado. Coparon los primeros paneles Horacio Rodríguez Larreta, Mauricio Macri y José Luis Espert. Hubo reclamos contra las retenciones y críticas más o menos virulentas al gobierno nacional. Paradójicamente, a la hora de adentrarse en algunos de los desarrollos más emblemáticos del cluster maicero, se encuentran con leyes sancionadas por impulso de gobiernos kirchneristas.
Es el caso de la ley de promoción de biocombustibles que, sancionada en 2006, fue fundamental para el crecimiento de una industria ligada al corte de combustibles fósiles con derivados del maíz, la soja y otros productos.
En el caso del bioetanol, Víctor Acastello, de ACA Bio, y Teresa Cañete, de Bio 4, relataron el pasado, presente y futuro de estas dos experiencias fundacionales del polo industrial maicero que se construyó en Córdoba en los últimos años.
Cañete recordó que, a poco de sancionado el nuevo régimen, un grupo de 26 productores de Río Cuarto se juntaron para darle valor agregado al maíz. La planta de bioetanol se puso en marcha en 2014, con una capacidad de producción de 90 mil metros cúbicos por año. El consumo de esa unidad productiva es de 230 mil toneladas de cereal. Con los subproductos elabora burlanda y DDGS con destino a la alimentación animal. En 2015 se inició el proyecto para elaborar biogas y generar energía. Hoy proveen 8 Mw por hora a Cammesa.
En 2020 inauguraron una nueva destilería, justo cuando la pandemia derrumbó la demanda de combustible. “La reinventamos para fabricar alcohol sanitizante”, relató Cañete. Este año arrancaron con dos proyectos relevantes: la ampliación de la capacidad de la planta a 140 mil metros cúbicos, y el desarrollo de Carbono neutral plus, una empresa para medir y certificar la reducción de huella de carbono como paso previo para emitir bonos verdes.
La gerenta de Bio 4 fue contundente al exponer en números el valor agregado al grano. La tonelada de maiz entra a la planta con un precio de u$s 210 y sale con u$s 343, un 60% más. “Argentina es una gran pantalla fotosintética, y hay que aprovecharla”, dijo Cañete, arengó Cañete
En otra de las principales ciudades cordobesas, Vila María, la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) levantó uno de los emprendimientos emblemáticos dentro de su estrategia de agregación de valor. La cooperativa comercializa casi el 20% de los granos en el país. En maíz, mueve más de 9 millones de toneladas. Pero además produce semillas, fertilizantes, balanceados, porcinos, carne de cerdo y bioenergía, entre otras cosas.
La planta de bioetanol comenzó a operar en 2014 y, desde hace ocho años, mide la huella de carbono del producto que genera. “Ahorra el 72 de la emisión de gases que provocan el efecto invernadero, en relación a la nafta”, explicó Accastello.
ACA Bio produce 290 mil metros cúbicos de etanol por año y opera como una economía circular. Otra parte del negocio es la provisión de burlanda para alimentación animal, la generación de bioenergía y el tratamiento y reutilización de efluentes.
El régimen vigente establece la obligación de cortar el combustible fósil con etanol a un 12%, un 6% de maíz y un 6% de caña de azúcar. En Brasil, el corte del 27%. Acastello puso en cifras el impacto que tendría achicar esa brecha de 15 puntos con el país vecino: “Se necesitarán 10 planta de ACA Bio para abastecerlo”.
El espejo brasileño fue exhibido en el congreso de la cadena maicera. Enori Barbieri, presidente a Abramilho, la entidad “hermana” de Maizar, recordó que en los años 50 Brasil importaba alimentos y ahora es uno de los grandes exportadores. El punto de inflexión, dijo, fue cuando “se descubrió” que se podía sembrar en los Cerrados. Destacó la creación de su entidad, hace 17 años, para hacer lobby a favor de la biotecnología agrícola y destacó el fuerte bloque político que impone las estrategias del sector, “aun cuando hay un gobierno que no nos gusta”. Arengó a los argentinos sobre las posibilidades que les abre la demanda internacional aunque subrayó que en la región el desafío es “bajar los costos de producción”.
Juan Manuel Arocena, jefe de gabinete de la Secretaría de Agricultura, resumió las acciones que lleva adelante esa dependencia para fomentar la bioeconomía, a la que definió como “el punto de partida para una nueva era en la producción”.
“La bioeconomía es biomasa más conocimiento, y esta biomasa se construye entre muchos actores”, indicó. Y recordó que una de las acciones del gobierno fue la creación en 2020 de la Dirección Nacional de Bioeconomía en el ámbito de la cartera agropecuaria. Diana Lewi, titular de esa dependencia, explicó que desde allí se articularon líneas de acción que ya estaban en marcha y se crearon otras nuevas. Entre ellas, un plan de fomento que incluye asesoramiento y financiación para desarollos locales que contemplen bioproductos, biotecnología, bioinsumos y bioenergía.
Los representantes de los ministerios de Producción de las provincias mostraron también las políticas que implementaron en sus territorios. El ministro de Asuntos Agrarios de Buenos Aires, Javier Rodríguez, destacó la articulación de las chacras experimentales con el Inta y las universidades. Un eje: la recuperación de producciones tradicionales que habían sido desplazadas. El cordobés Sergio Busso pidió que saquen las retenciones. Y la secretaria de Agroalimentos de Santa Fe, María Eugenia Carrizo, destacó la articulación con el sistema científico, con caso emblemático como el SF 500.