De Domingo Faustino Sarmiento se sabe casi todo: que fue presidente de la Nación (1868-1874), ensayista notable (sobre todo por el Facundo), maestro por antonomasia y uno de los argentinos más polémicos de todos los tiempos (a propósito de sus exégetas y detractores, si hubiera encuestas sobre la "imagen positiva" de los próceres, da la impresión de que el ilustre sanjuanino perdería hoy por goleada). Pero además de todo eso, Sarmiento fue también crítico de teatro; en su exilio en Chile durante el rosismo escribió comentarios sobre teatro en medios periodísticos trasandinos.
Anclados en el mundo
También en Chile, Juan Bautista Alberdi escribe El gigante Amapolas, sátira sobre federales y unitarios que tiene hoy una pasmosa vigencia como obra teatral. Bartolomé Mitre, otro ex presidente, vivió en 1840 en Uruguay y allí estrenó el drama en cinco actos en prosa y verso Las cuatro épocas que, a diferencia del texto de Alberdi, es sólo hoy una curiosidad de museo.
Esos datos poco conocidos abundan en Teatro: argentinos en el exterior, de Beatriz Seibel, publicado por Eudeba. En 180 entradas que abarcan el período 1822-1973, la autora da una síntesis de las trayectorias individuales fuera de la Argentina; en la bajada del título se aclara que se trata tanto de emigrados como de nómades.
Hay grandes actrices y actores que ejercieron su profesión fuera del país: en el siglo XIX, Trinidad Guevara, Luis Ambrosio Morante y Juan Casacuberta, y en la centuria siguiente Encarnación López, La Argentinita, y Lola Membrives, que no era española, como a veces de dice, sino hija de españoles que nació en Buenos Aires.
A fines de 1920, señala Seibel, "se inicia la corriente de giras de las compañías nacionales hacia Europa y la primera es Camila Quiroga, que sale para España y Francia, debutando el 19 de diciembre en Cádiz; vuelve después de cuatro meses en abril de 1921 y obtiene excelentes críticas", para después presentarse en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. Ese periplo fue recorrido además por Magdalena Nile del Río, cuyo seudónimo Imperio Argentina se hizo ampliamente conocido en el exterior. Enrique de Rosas, Paulina Singerman, Arturo García Buhr y Amanda Varela fueron otros de los intérpretes nacionales que trabajaron fuera del país en ese período.
Exilio y profesionalismo
Entre 1946 y 1955, el fenómeno del peronismo en el gobierno crea profundos antagonismos: Libertad Lamarque y Francisco Petrone son opositores y deciden radicarse en México, donde cumplen intensas tareas teatrales y cinematográficas; lo mismo hacen María Rosa Gallo y Camilo da Passano, quienes eligen exiliarse en Italia. Delia Garcés emprende una larga gira latinoamericana y se detiene un tiempo en México, en tanto Orestes Caviglia se instala en Montevideo, donde dirige la Comedia Nacional del Uruguay.
Por razones estrictamente profesionales, desde 1952 y con mayor intensidad en las décadas siguientes, Alfredo Alcón repartió sus años entre Buenos Aires y Madrid. Don Juan Tenorio, de Zorrilla, Ha llegado un inspector, de Priestley, El zapato de raso, de Claudel, El público, de García Lorca, Final de partida, de Beckett, Rey Lear, de Shakespeare y Los caminos de Federico, vibrante homenaje al mismo Lorca creado por Alcón con el director catalán Lluis Pascual, son algunos de los puntos sobresalientes de esas temporadas españolas.
Otras trayectorias reseñadas son las de Tita Merello (de la que dice que hizo su primera actuación en Rosario), David Stivel, Carlos Gorostiza, Manuel Puig, Juan Carlos Thorry, Analía Gadé, Alberto de Mendoza, Ángel Elizondo, Susana Campos, Cipe Lincovsky, Eber y Nélida Lobato, Ethel y Gogó Rojo, Jorge Lavelli, Víctor García, Jorge Hacker, Osvaldo Dragún, Carlos Estrada, Copi, Ana Diosdado, Agustín Alezzo, Zulma Faiad, Javier Villafañe, Augusto FernAndes, Alfredo Arias, Jorge Bonino, Joe Rígoli, Amelia Bence, etcétera.
La autora del libro, Beatriz Seibel, es una prestigiosa investigadora e historiadora del teatro nacional. Hace poco cumplió 80 años. Podría decirse, citando el título de una obra de Colin Higgins, que en su caso se trata de sólo ochenta.
José Moset