Hasta hace 500 años la agricultura en el mundo era de subsistencia, con más del 90 por ciento de la población viviendo en el mundo rural.
La herencia de la segunda revolución agrícola
Cuando todo el mundo hace lo mismo no hay mercado. Y menos si se trata de una economía de trueque, donde no hay dinero. Por eso en la edad media la elite tenía que usar la fuerza para obligar a los campesinos a producir. Entre el siglo X y XII comenzaron a originarse la mayoría de las ciudades europeas y apareció una clase dedicada al comercio a la que había que alimentar. Los primeros mercados emergieron en la Champaña francesa. Hacia allí iban los mercaderes de Italia y Holanda con sus telas y otros productos. Poco a poco, las ciudades empezaron a pedir permiso al rey para tener sus ferias y mercados. Y fue creciendo una economía basada en el dinero.
El negocio de abastecer a las ciudades fue muy bueno para los dueños de la tierra. Pero en el siglo XIV, la peste negra hizo estragos y provocó un desastre demográfico que tuvo sus efectos en la agricultura. La mano de obra campesina mermó un 30 por ciento y, además, el campesino que trabajaba en un sistema de servidumbre podía irse a una ciudad, donde era libre.
Comenzó a desaparecer el siervo en Europa occidental, y el señor empezó a tener que pagarle por su trabajo. La tierra dejó de ser un negocio para la nobleza, que empezó a alquilarla o venderla a los campesinos.
La situación del campesinado era muy diversa, algunos poseían porciones de tierra y la mayoría no tenía nada. Entre los que lograron alguna acumulación comenzaron a aparecer los productores de punta de los siglos XV y XVI. Este proceso está muy bien documentado en el caso de Inglaterra, el primer lugar donde comenzó a desarrollarse una burguesía rural.
El cambio en la propiedad de la tierra, la aparición de los cercos en la campiña inglesa, son indicadores de un cambio en la agricultura, que en la edad media era colectiva.
En los nuevos predios individuales, cada uno elegía su camino y eso abrió paso a numerosas innovaciones. En Inglaterra, por ejemplo, muchos pasaron del trigo a la cría de ovinos.
Pero las innovaciones más importantes se dieron en los Países Bajos, sobre todo con el cambio en el sistema de rotaciones y la incorporación de las leguminosasa a las mismas. De la rotación medieval de dos o tres cultivos se pasó a procesos más largos, con incorporación de tecnologías que tenían un objetivo principal: eliminar el barbecho y evitar así dejar inmovilizada la tierra por un año.
Estas innovaciones se trasladaron luego a Inglaterra, a instancias de Carlos II, el rey Estuardo que ocupó el trono inglés luego de la guerra de civil y la dictadura parlamentaria de Oliverio Cromwell. Tras la decapitación de su padre, al inicio de la guerra, Carlos II se había refugiado en los Países Bajos y allí tomó contacto con la tecnología agrícola de avanzada en esa región. Que se propagó rápidamente en un ambiente en el que ahora había campesinos dueños de la tierra.
En ese período que va del siglo XVII al siglo XIX se desarrolla la segunda revolución agrícola (la primera fue cuando se adoptó la agricultura). Que se desarrolló con más velocidad en Inglaterra y algunas regiones de Alemania, y luego se impondría en Francia tras la revolución de 1789.
Aunque hubo cambios muy vertiginosos, nuestra agricultura de hoy es heredera de esa revolución agrícola.
El origen de este cambio tecnológico es el nuevo sistema de rotaciones. Un punto importante fue la inserción del nabo forrajero, ya que cuando el ganado entraba al campo en el período de barbecho se alimentaba ya no de un pasto natural sino de un cultivo, lo cual redundó en el crecimiento de los rodeos y de la producción de estiércol, base del sistema de fertilización.
la revolución industrial.Alrededor del siglo XVIII empezaron a desarrollarse las primeras máquinas, muy elementales y pesadas, y el campo entró en un proceso de modernización que tuvo fuertes impactos. A mediados del siglo XIX, en Gran Bretaña, el sector rural ocupaba sólo el 10 por ciento de la mano de obra. Los rendimientos, sin embargo, se triplicaron desde la edad media. Esta revolución agrícola hizo posible la revolución industrial. Esta revolución no hubiera sido posible sin el aumento en la productividad de los campos, que liberó mano de obra para las modernas fábricas sin resentir la producción de alimentos.
En 1840 se empezaron a hacer estudios sobre fertilización. Por otro lado, la revolución industrial abarató el costo del hierro y los arados comenzaron a fabricarse masivamente de hierro forjado y, eventualmente, acero. Cambió la fuerza motriz. Los bueyes fueron reemplazados por los caballos, que son más rápidos. La cosecha empezó a cambiar. La hoz comenzó a cambiarse por guadañas pero, aún así, la superficie que una persona podía cosechar en un día con este sistema era menos de un octavo de hectárea.
Con el vapor llegaron las primeras máquinas, como el "locomóvil", que no tenía mucho desplazamiento y, ya a fines del siglo XIX, las primeras segadoras. Los primeros prototipos de tractores tal como los conocemos ahora llegaron en 1910.
Esta revolución fue espectacular pero su contracara fue la concentración de la propiedad. La realidad social del campo, a pesar de estos avances, era muy pobre. Los cambios también incrementaron la presión demográfica. En 1.650 la población mundial era de 500 millones de personas y hoy es de 6 mil. En Europa, en el año 1.500, el 95 por ciento de la población era rural. Hoy más del 80 por ciento es urbana. El crecimiento de la población urbana fue el principal incentivo para la revolución agrícola.
En todo el período, se pasó de una producción de autoconsumo a la producción para el mercado. Antes el 90 por ciento de los insumos provenían del mismo predio, hoy en día es al revés. Más del 70 por ciento de la fuerza de trabajo estaba en el campo durante la agricultura tradicional, hoy ese porcentaje es menos del 10 por ciento. Los rendimientos eran de 100 kilos por hectárea en trigo, hoy se llega a niveles de hasta 4 mil kilos. Pero el cambio más importante es que el capital desplazó a la tierra y al trabajo como factor de producción más importante.
La movilidad del capital y de la población contribuyó a través de enormes masas migratorias la expansión de la agricultura en América, de donde surgieron algunas de las innovaciones más importantes. En Sudamérica, con alguna excepción en el caso de Argentina, la historia agrícola está muy determinada por la herencia colonial, basada en grandes explotaciones y con mano de obra casi esclava.
En Yucatán, México, este sistema perduró hasta la revolución mexicana en las plantaciones de agabe, que se utilizaba para fabricar las piolas para después de la trilla. También se utilizó en Centroamérica, en las plantaciones de banano de la United Fruit. El azúcar en Brasil se cultivó con esclavos hasta entrada la década de 1880, cuando ese país, el último en América en hacerlo, abolió la esclavitud. La mala distribución de la tierra, herencia de la conquista, contribuyó a que este subcontinente presente hoy en día uno de los peores niveles de distribución de la riqueza en el mundo. Esto es un problema, pero también lo es la necesidad de incrementar la producción para alimentar a 2 mil millones de personas más que, se estima, tendrá la población mundial en los próximos 50 años, sin descuidar la sustentabilidad.
A lo largo de este curso que fue un brevísimo resumen de 10 mil años de agricultura, insistí con señalar al factor demográfico como muy importante para entender los desarrollos en el mundo. Si bien las peores profecías malthusianas quedaron atrás, el desafío es muy importante. Y el sector agropecuario tiene un papel protagónico en el mismo.