"Sara, ¿por qué escribís en broma? Sara, ¿por qué escribís en serio? Sara, ¿por qué no tratás temas de actualidad? Sara, ¿qué te dio por hablar de la actualidad? Sara, no me gusta tu página, es demasiado divertida. Sara, ¡cómo te has vuelto aburrida! Sara, adoro tu foto en Confirmado. Sara, nada que ver, tu foto de Confirmado". Lectores que la interpelaban, la admiraban, o reconocían que "es linda y culta pero a veces se le va la mano" con su sentido del humor cáustico, según le dijeron en alguna carta. "Lectores, esa fauna gentil", respondía ella, Sara Gallardo, quien desde mediados de la década del 60 hasta comienzos de los 70 firmó una serie de columnas y artículos publicados en el semanario Confirmado. Entrevistó a figuras de la época como Vittorio Gassman, escribió sobre automovilismo y sobre modas, encontró un estilo propio y transformó los lugares comunes del periodismo (la objetividad, la seriedad, la distancia con los lectores) en columnas personales que, al igual que su obra narrativa, dejaron huella en el campo cultural del siglo XX y de éste.
La perdurabilidadde lo volátil
La investigadora Lucía De Leone se ocupa de la obra de Gallardo desde hace años. Como resultado, se encargó de seleccionar y prologar los más de cien textos reunidos en Macaneos. Las columnas de Confirmado (1967-1972). En ellos se escucha el latido de una narradora que desde muy joven se convierte en profesional del periodismo. No por casualidad, señala De Leone, las columnas de Confirmado dan cuenta de las negociaciones que tiene que llevar adelante como escritora en sus intentos de subsistir sin renunciar a su vocación.
Gallardo nació en 1931 en Buenos Aires —en uno de los textos se refiere a esa ciudad como "una hembra pacífica y gorda"— y falleció allí en 1988. Proviene de una familia de antepasados ilustres (su tatarabuelo fue Bartolomé Mitre y su abuelo, el naturalista Ángel Gallardo) y este dato nubló muchas veces la capacidad de valorar sus textos desde una perspectiva que trascendiera lo biográfico. Ella no negó este aspecto ni tampoco los vaivenes de una vida signada por el nomadismo. Anduvo por América latina, Europa y Medio Oriente y al morir su segundo marido, Héctor Murena, terminó instalándose junto a sus hijos en una quinta de Córdoba que le ofreció su amigo Manuel Mujica Láinez. Pero la autora de Los galgos los galgos y El país del humo (textos que se han reeditado, por suerte) es dueña de una escritura lo suficientemente potente como para trascender su origen de clase. A la vez, Confirmado coincide con un momento pujante del periodismo argentino. Esta revista llegó a tener una tirada de 50 mil ejemplares y sus jefes de redacción fueron, entre otros, Horacio Verbitsky y Enrique Raab. El elenco de colaboradores estaba formado por firmas como Juan Gelman, Felisa Pinto, Miguel Briante y Antonio Dal Massetto.
El destino trashumante de Sara Gallardo se refleja en crónicas escritas desde lugares tan diversos como Nueva York o Salta. De allí volvió con bellísimas crónicas —su entrevista con el poeta salteño Manuel J. Castilla es imperdible— pero también con materiales que usaría para sus ficciones. Por ejemplo desde Embarcación, en pleno Chaco salteño, envía la columna "La historia de Lisandro Vega". Ese es el escenario donde transcurrirá la mayor parte de la trama de Eisejuaz y Vega no es otro que el indio que protagoniza y narra una novela que, a pesar de haber sido publicada en 1971, es de una rabiosa contemporaneidad.
Con la publicación de Los galgos los galgos, Gallardo llegó a la tapa de Confirmado en 1968 pero eso no implicó su consagración imperecedera. Así es como escribió un texto donde se toma en solfa los egos inflamados de ciertos personajes y lo tituló "Viva yo" y otro llamado "Pido mi estatua" ya que total "la relación entre estatuas y merecimientos es tan elástica como todas las relaciones con ingrediente humano".
En sus columnas practica una ligereza aparente, una suerte de "frivolidad en serio" que la llevó a colar altas dosis de humor e incluso a componer un personaje aparentemente desinformado. Este tono contrasta con el tono a veces trágico de sus novelas aunque en ambos casos, hay una exploración constante de las posibilidades del lenguaje. Y de la realidad, que puede ser materia ficticia.
Esa torsión está presente en uno de sus artículos más entrañables (y actuales), llamado "Cómo sufrimos los periodistas", donde Gallardo cuenta lo que ocurre cuando un postulante se presenta a pedir trabajo, esperanzado con ejercer "el periodismo-verdad". "Él no sabe que el periodismo verdad es lo más aburrido que se pueda soñar. El jefe de redacción tampoco lo sabe. Ignoran que lo único verdaderamente apasionante y revelador es el periodismo-imaginación, que descubre un problema feroz allí donde cuatro negros se rascan los piojos en estado de euforia", escribe Gallardo, sin temor a ser políticamente incorrecta. Y es que la mirada incorrecta, desenfocada, es la única capaz de ver pliegues novedosos en lo cotidiano. Ella se encargó, además, de hacer del periodismo —un oficio hecho de volatilidad pura— material perdurable.