Javier Núñez (1976) es un narrador que, en Rosario por lo menos, no necesita presentación. Varios volúmenes de relatos y una novela premiada en México, La doble ausencia (2014), son sus credenciales. Después del fuego, su segunda novela, publicada este año por la flamante editorial trasnacional Le pecore nere, continúa demostrando cuál es la concepción que guía su escritura, que no es otra que la tradicional e indiscutible de contar (muy) bien buenas historias.
Una historia atrapante, contada con potencia y calidad indiscutibles
Entre otras lecturas posibles, pero no excluyentes, puede afirmarse que Después del fuego es un texto sobre la culpa y el remordimiento, y que escapa a las consecuencias y reflexiones previsibles que desencadenan esos sentimientos. Inscribiéndose en la línea arltiana, en cuanto a la fuerza del argumento y a la intensidad de los sucesos clave, esta novela construye la biografía de un joven que quiere ser, volver a ser, empezar de nuevo a pesar de las desgracias que sufrió y de las que ha provocado. Si en La doble ausencia asistimos a la recuperación de un pasado secreto, escondido, Después del fuego se proyecta en la dirección temporal contraria: el futuro. Por eso, a partir del "después" del título, podemos intuir que nos encontramos frente al testimonio de un sobreviviente, de alguien que pudo superar las pruebas del destino y puede "contarla": contar la historia de su reconstrucción.
A pesar de que ese narrador innominado debió enfrentar en la niñez la peor de las pérdidas, la de su familia, su adolescencia no parece diferir de la de tantos jóvenes de cualquier época reciente. Apático y desganado, arrastrado por las "malas compañías", en un ajuste de cuentas contra la escuela que expulsó a su "amigo", se ve implicado en un crimen: le prenden fuego a la portera que los descubrió e intentó detenerlos. Una traición lo deja como único responsable y ante la obligación de purgar con el castigo que la sociedad impone. Pero Núñez no tropieza con el lugar común y el morbo de describir el horror de las instituciones de detención: su narración nos ofrece otras peripecias, va por otro camino.
Quizás sin pretensiones, ni presunciones filosóficas, la novela plantea un conjunto de interrogantes que apelan a la empatía, al involucramiento del lector. Los enuncio del modo en que a mí se me presentaron: ¿cómo se sigue viviendo después del horror y de la pérdida de todas las referencias afectivas y familiares? Y, también, ¿cómo cargar con el peso de una culpa compartida, cómo resarcir a la víctima de aquel crimen?
La respuesta es la literatura. En primer lugar, en el "instituto" y al recuperar la libertad, la lectura de Arlt, de Cortázar, de Pessoa, como evasión, pasatiempo y desafío. Luego, gracias a Mara, se convierte en el acompañante y el encargado de darles voz a las novelas que una mujer no puede leer por sí misma. Así como en El lector de Bernhard Schlink, la lectura es un acto de amor, en este caso se convierte, de alguna manera, en una extraña forma de redención.
Volver a vivir, hacerse un futuro (y un presente) luego de sufrir las rugosidades del destino no es tarea sencilla. Traicionado, huérfano, despreciado por sus afectos, el personaje de Después del fuego avanza oscilante, ebrio, entre la culpa y el deseo de venganza contra su entregador, contra el par que lo traicionó. Esta nueva novela de Núñez conjuga un argumento poderoso con la fuerza y calidad de su prosa, para ofrecernos la épica conmovedora de uno de los tantos quidam que luchan por sobrevivir tras los despojos que dejan los incendios, literales y metafóricos.