En diversos artículos escritos para La Capital hemos insistido en que "el tiempo" es la categoría clave donde se dirimen buena parte de los problemas sociales, culturales y políticos del presente. Han quedado atrás la denominada colonización pedagógicas o culturales en sentido estricto. La colonización del tiempo es una de las nuevas formas posmodernas de la dominación de los pueblos y posee dos modalidades inéditas y frecuentemente complementarias de soslayar o vulnerar la libertad.
Una muy mala noticia para Rosario
• Sacrificar el mañana a manos de un día a día que se agota en un instante desaforado e irresponsable.
• Sacrificar el mañana creando la sensación que los obstáculos nunca permitirán que ocurra algo diferente. La anulación absoluta de la novedad.
El tiempo es también una dimensión central para saber fehacientemente a que nos enfrentamos en nuestra ciudad, y en tantas otras. El fenómeno cotidiano de la violencia urbana es una de las enfermedades características de la época. Dicho sea de paso, mientras la intendenta Mónica Fein repetía en su discurso celebratorio de la Patria la "necesidad de un Estado que combata la violencia urbana" eran asesinadas cinco personas en la ciudad.
Hagamos sencilla la explicación. La violencia ya no es una sumatoria de hechos, más allá de los alarmantes números de la estadística. El problema es —y hasta el propio Ministro de Seguridad lo reconoce- que la violencia se instalo como cultura. Sea como capas geológicas de diversos momentos históricos, como progreso de la narco-cultura, como falsa asignación social de valores a los sectores humildes, como folclore futbolero o como simple "aguante" para celebrar hazañas triviales de la barriada. También sea, por qué no decirlo, como industria de consumidores de retazos: la violencia también es un negocio. El propio narco colombiano Henry Londoño, alias "Mi Sangre", se jacta en sus exposiciones de conocer al detalle los números de la inversión pública en el combate al narcotráfico. La perfección de su descripción plantea dudas sobre el color de su camiseta. Sin embargo, deja al descubierto la paridad de las cifras asignadas al negocio y a la represión.
El "estado de excepción es la norma", diría Giorgio Agambem. Si se deben "contar los días" en que no hubo muertos, heridos o hechos de violencia grave, la conclusión es clara: la excepción explica la realidad. Argumento tan sencillo como poco utilizado. Políticos y dirigentes sitúan en sus análisis la violencia urbana como momento, como problema focalizado, extendido o como acontecimiento a lo sumo delicado. Es al revés: es la norma, la cultura que regula amplísimas zonas de nuestras relaciones sociales.
Ante ello hay un anuncio que no se puede ocultar más: la cultura de la violencia es uno de los indicadores más duros y difíciles de cambiar, y genera una sensación de permanente abatimiento. La vida social se sumerge en un retraso del mismo tenor que la pobreza extrema. De persistir estos indicadores de homicidios y robos, y otros similares, estamos ante la nefasta e incómoda noticia de que Rosario verá postergado su desarrollo por muchos años y será víctima de la "nueva colonización del tiempo". El progreso inmobiliario, los espacios verdes y recreativos o los polos tecnológicos no son suficientes, van rumbo a ser bolsones de desarrollo urbano, countries de paz y convivencia ciudadana. Allí las regulaciones municipales pueden ser efectivas, pues como decía Zizek, la violencia física se sustituye por la agresión creciente que se trasmite a través de las redes sociales.
Algunos juzgarán de temeraria nuestra afirmación. No es más que un juicio claramente comprobable en una amplísima bibliografía. La violencia urbana enraizada y extendida no sólo necesita voluntades y recursos económicos sino también "unidades de tiempo" casi generacionales para su superación. Esto es: una cantidad abrumadora de "horas-hombre" de trabajo "cuerpo a cuerpo" que sólo puede garantizar el Estado. No existen en la ciudad organizaciones sociales capaces de semejante emprendimiento.
La violencia es uno de los males más comunes de la colonización del tiempo pues sacrifica la lógica del mañana y sin ella se desploman valores, proyectos y utopías. No es la violencia como bien manifiesta Badiuo, "que la historia la asigna a las revoluciones". Es la violencia de la disolución.
Es cierto, también podrá decirse que la injusticia social encierra en sí mismo un acto violento que amerita el debate y surgimiento de opciones políticas alternativas. Pero ese no es el punto. La violencia urbana disolutiva atenta contra todo tipo de proyecto colectivo sea cual fuere.
Se debatirán y cuestionarán las políticas de seguridad del Estado y la calidad de sus ejecutores. Y está bien que así sea. Nuestro compromiso es con la toma de conciencia social del problema y el peligro real de hipotecar el desarrollo y la convivencia en nuestra ciudad.
En este aspecto, la conciencia social rosarina no logra superar la lógica del rumor, de la charla diaria y de la noticia naturalizada. Es imprescindible despertar como sociedad, como ciudad. Es comprobable que la movilización social es una herramienta fundamental para formar una conciencia ciudadana por la no violencia y la paz. Es necesario "ganar la calle" en una alianza sin especulaciones políticas ni sectoriales. Una alianza gobierno (oficialismo y oposición), sociedad civil, medios de comunicación, confesiones religiosas y organizaciones sociales. No hace mucho desplegamos la bandera más larga del mundo para nuestro orgullo. Hagámoslo por la no violencia. Movilizar, recuperar el espacio de todos, es necesario. Formamos parte de la cátedra del diálogo y el encuentro auspiciada por el Papa Francisco. Ella puede ser, entre otros, un lugar de encuentro para ganar el espacio público, dándole la dimensión del tiempo que la problemática de la violencia requiere.
Aniversarios. Un hombre que se adelantó a su tiempo y murió rodeado por unos pocos parientes y amigos.
Pedro Romero / José Romero - Doctor / Licenciado en Ciencia Política