El complejo oleaginoso argentino, que supo ser el más competitivo del mundo, hoy está en un “cruce de caminos”. Puede seguir la ruta de la decadencia, con la constante pérdida de superficie sojera y caída en la participación del comercio internacional, o la de un desarrollo apoyado en el agregado de valor, la sustentabilidad y la simbiosis de agro y energía.
El complejo oleaginoso, entre la gloria y Devoto
Por Álvaro Torriglia
Ese diagnóstico fue coincidente entre los siete CEOS de la industria aceitera que animaron el panel del cierre del seminario de Acsoja realizado el 21 de septiembre en Rosario. Roberto Urquía (AGD), Alfonso Romero (Cofco), Juan José Blanchard (LDC), Pablo Noceda (Molinos Agro), Julián Echazarreta (ACA) y Pablo Scarafoni (Cargill) analizaron el presente y el futuro del complejo agroexportador más importante del país. Un sector que está atravesado por amenazas inminentes, como el brutal aumento de la oferta mundial de harina de soja derivado de la expansión de los principales competidores, fundamentalmente Estados Unidos.
“Entre 2003 y 2012 todas las empresas del sector invertían en capacidad instalada, ampliación de plantas, nuevos muelles, pero hace diez años nos estancamos”, disparó Romero, de Cofco.
Como es de rigor, los directivos de las principales compañías del agro culparon antes que nada al Estado y a las políticas públicas por esta situación: alta carga impositiva, insuficiencia de inversiones, brecha cambiaria e intervenciones comerciales que llevan a que el productor argentino reciba el 50% del precio real que sus pares de los países vecinos. También hubo críticas a normas específicas, como la nueva ley de biocombustibles, que “castiga” el desarrollo de una rama clave del complejo oleaginoso.
Luis Zubizarreta, moderador del panel y presidente de Carbio, así como tesorero de Acsoja, señaló que estos factores contribuyeron a conformar un escenario caracterizado por una década de caída en la superficie sembrada con soja, atraso tecnológico en los cultivos, pérdida de participación en los mercados internacionales y, en consecuencia, menor generación de divisas.
En este contexto, agravado este año por el efecto de la histórica sequía que azotó a la campaña 2022/23, la industria aceitera quedó “sobredimensionada”, con una capacidad instalada de 70 millones de toneladas frente a un volumen de mercadería para procesar menor a las 40 millones. Así lo advirtió Pablo Noceda, de Molinos Agro.
Romero recordó que, con estos números, Argentina representaba en 2014 el 21% de la molienda mundial, que ascendía a 265 millones de toneladas. Hoy, con un procesamiento global de 329 millones de toneladas, representa el 15%.
Para Pablo Scarafoni, managing director de Comercial Operations para Sudamérica en Cargill, la industria está en un “cruce de caminos”. Uno que persiste en la decadencia y otro que, “a través de la liberación de las fuerzas productivas del agro”, permitirá recuperar su lugar de privilegio en el mundo. “Da lástima ver como Argentina perdió peso global”, lamentó.
Juan José Blanchard, de LDC, advirtió que “la reacción debe ser rápida”. El Chief Operating Officer de Dreyfus apuntó a la amenaza inminente que plantea la expansión de la industria aceitera de Estados Unidos, de la mano del HVO, la nueva generación de biocombustibles que tracciona el desembarco de las petroleras en el negocio. El fenómeno impulsa un acelerado aumento en la capacidad de molienda en ese país, de las actuales 60 millones de toneladas a 75 millones en 2025/2026. Es decir, a la vuelta de la esquina.
El efecto más complejo de este crecimiento es el excedente de producción de harina de soja de Estados Unidos, que junto a Brasil y la Argentina es uno de los grandes productores mundiales. ¿Podrá la demanda internacional absorber esta producción? El mismo Blanchard lo puso en duda. En un paneo por los mercados a los que llega la harina de soja, señaló que el europeo está estancado y el del Este de Asia está entrando en la madurez. En el sudeste de ese continente (Vietnam, Indonesia, Filipinas) todavía hay margen de crecimiento, al igual que en Africa. Pero eso no significa que puedan evitar que un shock de oferta se refleje en el derrumbe de los precios.
El complejo oleaginoso argentino exporta a 150 países poroto, aceite, harina, biodiesel y otros derivados. Sin esta diversificación, señaló Scarafoni, “sólo tendría a China para venderle poroto o a la India para vender aceite”. Noceda, de Molinos Agro, destacó el papel de la industria en la desestacionalización del ciclo agrícola y la consecuente estabilización del mercado, en el empleo (80 mil trabajadores entre directos e indirectos) y en la calidad del producto exportado. Por eso, subrayó la importancia de “agregar valor” a la producción.
Para su colega de Cargill, pese a la existencia del diferencial arancelario, “el valor agregado se penaliza en Argentina ya que en dólares por tonelada pagan más la harina y el aceite de soja que el poroto”.
Para Roberto Urquía, dueño de AGD, devolver la capacidad plena de producción a los productores permitirá subirse nuevamente al tren de un mercado global de alimentos en constante expansión. Citó que la importación mundial de alimentos creció de u$s 300 mil millones en 2000 a u$s 1,4 billón en 2021. “Produzcamos que el mercado está”, arengó, al tiempo que aseguró que “si el Niño acompaña este país va a ser totalmente distinto en uno o dos años”.
Esta expansión fue procesada de distinta manera por cada país. Urquía destacó que en Brasil las exportaciones de alimentos crecieron de u$s 20 mil millones a u$s 120 mil millones entre el 2000 y el 2021.
Para los líderes de las agroexportadoras, el país vecino es el modelo a imitar. Por empezar, admiran el poder político construido por el sector a través de sus agrolegisladores y otros mecanismos de influencia, que le brinda altísima capacidad de veto sobre los gobiernos en relación a las políticas públicas que puedan afectar sus intereses.
Pero no todo es lobby. “A diferencia de Argentina, la cadena en Brasil no funciona como una guerra de perros y gatos”, indicó Scarafoni. Blanchard completó: “En Argentina hay tres programas serios de mejoramiento genético de soja, en Brasil hay 30”. El ejecutivo destacó que en el país vecino se vive “una locura de crecimiento” que incluso desafía la logística de embarque al punto de una severa congestión. Esa es una ventana de oportunidad, agregó, para reaccionar de este lado de la frontera pero “debe ser rápido” porque también en ese aspecto el gigante sudamericano avanza rápido.
La infraestructura es central en la ecuación de la competitividad del complejo oleaginoso. Echazarreta, de ACA, describió la distorsionada matriz de transporte en el país y subrayó la necesidad de profundizar la hidrovía y de mejorar el acceso vial y ferroviario a los puertos. Apuntó a la inversión público - privada y puso el ejemplo del ingreso de la trocha angosta a los puertos de Timbúes como un desarrollo que se pudo llevar adelante “con tres gobiernos diferentes”.
La otra vía diferencial para recuperar el lugar que el complejo oleaginoso argentino perdió en el mundo es la sostenibilidad y la simbiosis entre agro y energía.
“Hay que subirse al barco de la sustentabilidad”, señaló Scarafoni, quien llamó a acelerar los mecanismos de certificación y validación para ajustarse a las normativas mundiales. También a la vuelta de la esquina, el 1º de enero de 2025, empieza a regir el capítulo del Pacto Verde europeo que condiciona la compra de ciertos productos alimenticios a que provengan de campos libres de deforestación. Una “oportunidad de capturar valor” si se puede demostrar que la forma de producir en el país cumple con esos requisitos.
En este sentido, también la diplomacia juega. Urquía pidió una política de Estado en materia de negociaciones internacionales.
Zubizarreta cargó contra la nueva ley de biocombustibles y reclamó la libre competencia en el mercado del corte con gasoil. Romero, de Cofco, señaló que en el país sólo el 10% de la producción de aceite va al sector de la energía, mientras que en Estados Unidos, Brasil y Europa esa relación es del 50%. Echazarreta alentó a “subirse a los biocombustibles y esquivar la tentación de la electromovilidad”.
Del boom al estancamiento. La industria aceitera quiere volver a sus mejores épocas y en ese futuro va también el de las agrodivisas.