¿Llegará un futuro en el que la colza reemplace a la soja como principal insumo para la producción de biodiesel?. ¿El complejo oleaginoso argentino, el más importante exportador del mundo, quedará rezagado en el escenario internacional?. ¿Cuáles serán las reglas que condicionarán el comercio de granos en el actual escenario de incertidumbre económica y tensión geopolítica? No está escrito pero algunos interrogantes sobre el destino de la poderosa industria aceitera argentina de peso quedaron abiertos en el último seminario Acsoja realizado en la Bolsa de Comercio de Rosario.
Un mundo difícil: las amenazas globales que enfrenta la cadena de la soja
Por Álvaro Torriglia
Discusión. Durante el seminario organizado por Acsoja en Rosario hubo un espacio para analizar las amenazas sobre la cadena de la soja.
Andrés Iölster, vicepresidente de la Cámara Argentina de Biocombustibles (Carbio), se explayó sobre la amenaza que representa para el complejo oleaginoso argentino la expansión del sector en Estados Unidos. La disrupción viene de la mano del HVO, que no es un canal de series sino un biocombustible, el Hydrotreated Vegetable Oil, con características de calidad similares al diesel y que, por lo tanto, no necesita mezcla.
Este nuevo biocombustible concentra las decisiones de inversión en Europa y Estados Unidos. A diferencia del biodiesel, no son las compañías de granos las que abren estas nuevas plantas de producción sino empresas del sector de la energía, estimuladas también por subsidios y beneficios del gobierno federal norteamericano y de los Estados de California y Oregon. Estos estímulos están apalancados en las políticas para reducir la huella de carbono y mitigar el cambio climático.
El punto es que el crecimiento de este nuevo complejo industrial alimenta la demanda de aceite y el aumento de la capacidad instalada en Norteamérica. Iölster estimó que aumentará 8 millones de toneladas entre 2021 y 2024. Los aceiteros argentinos podrían beneficiarse de esa expansión si es que lograran pasar una serie de tranqueras. Una es el siempre difícil “reconocimiento” de las autoridades del país del Norte respecto de la sustentabilidad de la producción argentina. La otra barrera a superar es la protección del 19% que tienen las aceiteras estadounidenses.
Por ahora, las amenazas le ganan a las oportunidades. En Norteamérica, la capacidad de molienda de granos oleaginosos crece rápido, a un ritmo de 28% en Estados Unidos y del 58% en Canadá. Hay 18 anuncios de inversión entre los dos países. Esto contrasta con el efecto que el estancamiento de la producción sojera argentina durante los últimos 15 años tiene sobre el aumento de la capacidad ociosa en la industria local.
El crecimiento de la capacidad de molienda estadounidense es el germen del verdadero desafío que va a afrontar el complejo sojero argentino: el aumento de la producción de harina que está asociada y que, subsidiada por la propia elaboración de aceite, inundará el mercado y presionará sobre los precios.
Las consecuencias de que esta tendencia se convierta en realidad en todos sus términos, son importantes. Una caída del precio de la soja y una reconfiguración de los destinos del producto argentino, que podría ser más dependiente de China.
Frente a esto, Iölster trazó distintos escenarios alternativos para la industria argentina. Uno tiene que ver con avanzar con las certificaciones ambientales para intentar vender más aceite a Estados Unidos. Es el caso del aumento de la producción de soja bajo certificación EPA (de campos sin deforestar). Otro es incrementar el consumo de aceite y harina de soja en Argentina, a través del desarrollo del HVO o del biojet, así como el mayor uso en la alimentación animal. También se puede ampliar, a mediano plazo, el espectro de cultivos, pasando de la soja a oleaginosas que produzcan menos porcentaje de harina, como la colza o la carinata. Granos que cada vez se utilizan más como cultivos de servicio pero que todavía ocupan un espacio menor en Argentina y que, además, requieren de adaptaciones en las plantas productoras.
La geopolítica
Este desarrollo de los biocombustibles de segunda generación se daría en un concierto incierto en el mercado internacional. Al fin y al cabo, estos temas se debatieron en el panel sobre amenazas a la cadena de la soja. Y allí Nelson Illescas, del Instituto de Negociaciones Agrícolas Internacionales (Inai), aportó su granito de arena a la inquietud general.
“El impacto de la invasión de Ucrania se sintió fuerte en los precios de los granos y también de los insumos”, recordó el analista, y agregó: “Cuando ese efecto empezaba a demorarse apareció el llamado a la movilización de los reservistas por parte del gobierno de Putin, y abrió nuevos interrogantes”.
El plano más largo enfoca la disputa por la hegemonía mundial entre Estados Unidos y China y una transformación del flujo de comercio e inversión global, de la mano de la crisis de abastecimiento en la pandemia y el conflicto geopolítico. “El offshoring de la globalización cambió por el de nearshoring, que apunta a fortalecer la cadena de proveedores regionales, y friendshoring, que redibuja ese mapa de acuerdo a las alianzas geopolíticas”, explicó.
Este cambio transforma también la gobernanza del mundo. “Hoy no hay foros multilaterales para discutir los temas de comercio agrícola”, explicó Illescas, para quien las reglas de juego del sector, que antes se debatían en la OMC, se trasladaron a los foros ambientales y de cambio climático”. La dicotomía entre sostenibilidad y seguridad alimentaria se instala en estos debates en el marco de una gobernanza mundial en crisis por las tensiones geopolíticas. “Y para sumar incertidumbre sobre la inserción de Argentina en el mundo, el Mercosur se agrieta”, describió.