El tomate que está dos semanas en la heladera pero no tiene gusto a nada es una postal repetida en muchos hogares. Con la idea de modificar ese producto que se conserva fielmente pero que perdió sus cualidades organolépticas (de color y sabor) y además, con la intención de que el cultivo vuelva a tener presencia en el cordón hortícola del Gran Rosario, un grupo de docentes e investigadores de la Facultad de Ciencias Agrarias (FCA) de la UNR vienen trabajando desde mediados de la década del 90 en un programa de mejoramiento genético de cultivares de polinización abierta.
Código tomate: un plan para recuperar territorio
El grupo de docentes de la Facultad de Agrarias acercaron el conocimiento académico a la muestra ExpHortar.
Se conformaron como grupo de investigación bajo el nombre de “Código tomate” _del que participan investigadores de Conicet, docentes, becarios doctorales y posdoctorales_ y dentro del mismo, comenzaron a desarrollar el proyecto de mejoramiento genético para adaptarlos a los sistemas de producción urbanos y periurbanos. Lo que arrancó como una actividad estrictamente académica terminó convirtiéndose en un trabajo de extensión que llega a los productores de la región.
“El objetivo era el desarrollo local de cultivares para no depender de la importación de semillas pero sobre todo para tratar de satisfacer la demanda del consumidor de contar con un producto de mejor calidad”, explicó Gustavo Rodríguez, profesor de la cátedra de genética de la FCA y coordinador del grupo, quien junto a sus colegas participó en la muestra ExpHortar, organizada por Inta.
Consistía concretamente en “incrementar la vida poscosecha del cultivo, es decir, la duración desde que se cosecha hasta que se pudre, pero sin que se desmejoren otras características de calidad como el color, el sabor, el contenido de azúcares, que son los problemas que tienen los cultivares larga vida que se comercializan en el mercado”, agregó el también investigador del Instituto de Investigaciones de Ciencias Agrarias en Rosario (Iicar).
El programa de mejoramiento genético es académico, destinado a “generar conocimiento sobre la especie” pero también trata de obtener materiales para que lleguen al productor. Como todo proceso de mejoramiento, el trabajo fue lento porque requirió cruzamientos para lograr la mejor genética en una línea estabilizada. Actualmente tienen dos variedades inscriptas en el Instituto Nacional de Semillas (Inase), son las de tipo cherry denominadas Gema FCA y Querubin FCA.
El investigador explicó que la producción de semilla y materal genético de tomate no se hace en Argentina. “Lo hacemos sólo nosotros, un grupo de Salta y el lnta La Consulta (Mendoza)”, dijo. Explicó que “en los últimos diez años, de un total de 250 híbridos registrados en el Inase no hay ninguno argentino y, de 12 cultivares de polinización abierta, sólo hay dos”, que son los de la facultad.
Lo novedoso es cómo ese trabajo de investigación logró trascender las fronteras académicas para transformarse en una solución a la medida del productor. “Aunque parezca una obviedad eso no sucede habitualmente”, indicó David Balaban, de la cátedra de cultivos intensivos, área horticultura de la FCA UNR, quien relató que esta investigación permitió atender “una demanda real del mundo productivo”.
El proyecto pasó al terreno cuando el grupo comenzó a participar de reuniones con productores y asociaciones que los nucleaban, y luego se vincularon la Municipalidad de Rosario, que tiene un programa de agricultura urbana del que participan muchos horticultores. “Fue una gran experiencia porque descubrimos que ellos necesitaban materiales genéticos o cultivares adaptados”, dijo Rodríguez y explicó que más allá de que se habían llegado a realizar pruebas piloto en Salta o en Mendoza, “nunca habíamos visto a nuestros tomates en un sistema productivo real”.
Esto se logró una vez que comenzaron a entregar plantines de dos tipos (cherry y redondo) y comenzaron con visitas periódicas para tomar información sobre el estado sanitario del cultivar. Lo hicieron en la zona oeste de Rosario, en Soldini y en la huerta de la comunidad Qom, ya que la universidad tiene allí un proyecto de extensión. Pero también en las cárceles de Piñero y en la escuela de las islas.
“El tomate se dejó de producir mucho en la zona y los productores requerían nuevos cultivares adaptados a esa nueva transformación productiva que era un sistema de producción más agroecológica”, dijo Balaban. El modelo de cultivares de polinización abierta les permite a los productores guardar la semilla y volver a resembrar las veces que quieran. “Nosotros tratamos de que, haga lo que haga el productor, se conserve la identidad del cultivar porque es un esfuerzo muy grande la facultad”, dijo Rodríguez.
Además de los inscriptos en el Inase, vienen desarrollando dos nuevas variedades: Matusalén FCA, un tomate de tamaño grande y elevada vida poscosecha; y Dulcinea FCA, también de tamaño grande y con elevado contenido de azúcares. “Son dos líneas estabilizadas y el primero está en proceso de inscripción”, dijeron los investigadores.
“Código Tomate también participó del programa de Ciencia y Tecnología contra el hambre” del Ministerio a nivel nacional desarrollado en 2020 con la idea de transferir las experiencias de la región a otras zonas del país.
Cambio de ciclo
Balaban señaló que la participación de los productores en programas municipales de huertas urbanas o periurbanas incentivó la vuelta a este cultivo, que fue desapareciendo con los años en la región “porque no pudo competir con zonas como Corrientes y La Plata donde hay un gran desarrollo del cultivo en invernaderos”.
“El productor local muchas veces era pequeño, arrendaba la tierra y no tenía la disponibilidad para invertir en una infraestructura y no pudo seguir compitiendo con los precios y volúmenes con los que llegaban los tomates de esos lugares”, explicó.
Dijo en ese sentido que es un cultivo que demanda muchos insumos y mano de obra porque requiere un seguimiento. Esto incentivó que muchos productores se inclinaran por cultivos de hoja que eran de más fácil manejo y tenían menos tiempo ocupada la tierra. “Estas cuestiones cambió la fisonomía e hizo que hace algunos años esta sea una zona productora de hortalizas de hoja o verduras como remolacha o rabanitos”, sintetizó.