Laura y Teresa Barceló son dos hermanas santafesinas, oriundas de la pequeña localidad de Angélica, ubicada en el departamento Castellanos, a escasos 40 kilómetros de Rafaela. La más grande, Laura, vive en Buenos Aires y es profesora de Bellas Artes. Teresa es psicóloga y vive en Rosario. Fue el campo familiar lo que las volvió a encontrar en un proyecto común en la localidad que las vio nacer, cerca del cruce de las rutas nacionales 19 y 34. El campo tiene una superficie de 80 hectáreas y se llama “La Posta de Salva”, en honor al bisabuelo de las hermanas, Salvador Pairola, que llegó de España a Argentina con tan solo 8 años. En los años 90, al morir su padre, las hermanas decidieron modernizar y reconvertir el viejo tambo manual que allí funcionaba.
Reparadoras de suelos: las hermanas de la agroecología
Por la explotación del tambo, Laura y Teresa recibían una renta, pero después de las inundaciones de 2015, comenzó la debacle. “Se perdió toda la alfalfa y no hubo manera de recuperarse. En marzo de 2020, llegó la pandemia y fue la gota que colmó el vaso. Había que reconvertirse”, cuentan las hermanas.
En pleno aislamiento por la pandemia de Covid-19, Laura comenzó un curso de agroecología en el campus virtual del Inta, al que después se sumó también su hermana. Este fue el puntapié inicial para mover algunas piezas en el establecimiento santafesino.
“Decidimos reservar 24 hectáreas para avanzar con agroecología”, cuenta Laura. Así fue como se vincularon con distintos profesionales del Inta que las fueron asesorando vía zoom.
“El suelo parecía hormigón”
Una de las primeras cosas que hicieron fue un estudio del suelo. Gracias a este análisis, pudieron advertir que estaba muy compactado, sin oxígeno y empobrecido en cuanto a la microbiología. “30 centímetros hacia abajo, la tierra parecía hormigón armado: compacta, dura, imposible de atravesar. Sin lombrices. Tierra negra, buena, pero vacía”, detalla Teresa.
Por eso decidieron hacer un giro y apostar a su recuperación. “No sabemos cuánto tiempo llevará, pero había que empezar y acá estamos”, se planta Laura.
En un principio, sembraron moha como cultivo de servicio para ayudar a mejorar la fertilidad del suelo y la calidad del agua, controlar las malezas y plagas.
En definitiva, incrementar la biodiversidad en sistemas de producción agroecológicos. Mientras que como cultivo de renta eligieron al sorgo, ya que se esperaba un año seco. Pero llegó la isoca, y se comió todo.
La mala experiencia no las doblegó: “Dejamos todo así. Necesitábamos biodiversidad y recuperar suelo”, cuentan. Y fueron por más. Con la intención de armar una cortina forestal que aloje insectos benéficos, surgió la idea de hacer un biocorredor.
“Empezamos con vicia, avena y rábano forrajero, y también algo de achicoria. Fue lo único que pudimos vender en el año: 20 bolsas de semilla y nos quedaron otras tantas que las acopiamos con tierra de diatomea micronizada como insecticida natural”, cuentan las hermanas.
Con la intención de seguir mejorando, hicieron un seguimiento de cada una de las bolsas que vendieron, para saber cómo las sembraron, en qué tipo de suelo, qué resultados tuvieron. “Pudimos armar una pequeña base de datos qué nos sirve para mejorar”, destaca Teresa.
Para la cortina forestal, las hermanas pusieron todas las fichas a las plantas nativas. “Estamos en la ecorregión del espinal donde encontramos cinacina, espinillo y algarrobo blanco, entre otros”, explica Laura.
Con esa premisa, hoy tienen 4 espinillos que soportaron los calores de enero. “El algarrobo y el rábano tienen raíz pivotante, eso sin dudas ayudará a que “taladre” el suelo.
“La idea es incorporar también un sistema de riego pero vamos a ir de a poco, cuidando lo que vayamos teniendo. Así crecerá la cortina que queremos construir”, se entusiasman.
Una solución para los suelos
Después de sumar experiencia con los cultivos, las hermanas decidieron apostar también a los animales con el objetivo de que “La Posta de Salva” sea un establecimiento cada vez más biodiverso.
“Los animales son una solución para los suelos”, sintetizan las hermanas Barceló, que hoy son parte de un “selecto” grupo de 15 productores agroecológicos que se encuentran distribuidos entre San Francisco y San Guillermo, pasando por distintos puntos del Departamento Castellanos.
El grupo de productores se reúne mensualmente en los mismos campos donde producen, y allí intercambian información y experiencias. Todos coinciden en que, con un manejo integral “el animal es la solución más natural para mantener el suelo”.
Racionalidad
Y explican: “El pastoreo racional consiste en darle al animal una planta óptima para su nutrición. El resto del campo aporta oxígeno al ambiente porque está creciendo. Hay una gran superficie que le aporta al ecosistema. Insectos benéficos que realizan su trabajo: abejas, escarabajos, vaquitas de San Antonio, pájaros. En definitiva, esa es la biodiversidad que genera el pasto natural y que no se logra con el monocultivo”.
Ese camino es el que hoy transitan las hermanas. Con algo de ganado bovino, equino y ovino, y con la idea de incorporar gallinas criadas libres a campo para la producción de huevos. Todo esto para atender a la demanda cada vez más creciente de huevos de calidad, sanos, de buen color y ricos. Sobre este proyecto, el 2022 será un año bisagra. “Antes de tener 500 huevos por día, debemos asegurar que haya mercado, afinar cuestiones respecto a la producción, comercialización y logística, entre otros aspectos”, explica Teresa.
Dejarlo mejor
“Además de producir alimentos, lo que queremos es dejar el campo mejor de lo que lo recibimos. Mejorar el ambiente, el suelo, el ecosistema y que tenga potencial para generar trabajo, y que no solo ganen dos familias. Estamos convencidas de que con un desarrollo holístico del establecimiento pueden trabajar y vivir mejor más personas”, resalta Teresa.
“Si bien sería a pequeña escala, apostamos a que haya variedad y diversidad. Lograr una biodiversidad en todos los planos, incluso en la comercialización”, se entusiasma Laura.
“Este campo nos dio la posibilidad de estudiar, viajar y desarrollarnos como personas. Hoy sentimos la obligación moral de hacer lo necesario para devolverle la vida. Si revive, revivimos todos”, cierran las hermanas.