Coronda luce con orgullo su título de “Capital Nacional de la Frutilla”. Para seguir escribiendo las páginas de esta dulce relación, los productores corondinos luchan contra el poco recambio generacional, la falta de mano de obra y piden acompañamiento con políticas que aporten certidumbre a la actividad.
Volver a crecer, la meta de la frutilla corondina
Actualmente hay 90 frutilleros en la zona que explotan cerca de 320 hectáreas y producen entre 9 y 10 millones de kilos por temporada. La mitad de lo producido va al mercado como producto fresco y el otro 50% a la industria. Pese a que se observa una merma en el área de producción -a mediados de los 40 se llegaron a cosechar cerca de 700 hectáreas-, la incorporación de tecnología ayudó a levantar los rendimientos. Para ilustrar esto, antes una hectárea daba entre 5 y 6 mil kilos de frutillas, y hoy se llega a 30 o 40 mil kilos promedio.
Entre los hitos tecnológicos que le dieron impulso a la producción frutillera, se destacan los plantines que se producen en Chubut (Trevelin y El Maitén) y que cada año se trasladan a Coronda, donde se implantan entre marzo y mayo: “Desde hace 16 años, prácticamente todos los plantines que se plantan de Coronda hacia el norte se producen en el sur y la diferencia es abismal. La planta toma más energía, el frío comienza antes, hay más horas de sol y el clima es más seco, lo que ayuda en materia de sanidad”, destaca Miguel García, productor y nieto de uno de los pioneros de la actividad en Coronda.
La cosecha comienza en el mes de junio y la primera producción va a los mercados centrales (principalmente Buenos Aires, luego Rosario y Córdoba) para su venta en verdulerías y supermercados. “Se trata de la fruta que cosechamos hasta los primeros días de septiembre. El resto, que se cosecha hasta diciembre, va a la industria, que paga menos”, describe Daniel Dip, que comenzó con la frutilla en 1978 solo con un caballo, herramientas y un pedacito de tierra que le prestaron.
“Tenemos productores de primer nivel tranquera adentro, pero les cuesta adaptarse a las nuevas tecnologías, al marketing y esas cuestiones”, analiza Ricardo Ramírez, actual intendente de Coronda y quien forma parte de una empresa familiar que produce frutilla desde hace 25 años. “Empezamos con poca producción y hoy juntamos 20 hectáreas de frutillas.
Sobre cómo se regula el precio a lo largo del año, Ramírez explica: “En octubre llega la cosecha de Buenos Aires y nuestra producción va a los galpones, donde se la despalilla (se quitan las hojas verdes) para ir a la industria, y también congelamos. Con este sistema, se aprovecha casi el 100% de la fruta y se regula el precio, al no saturar el mercado en una misma época del año”.
La industria juega aquí un papel fundamental. En Coronda hay 7 pymes que elaboran pulpa (principalmente para grandes cadenas de heladerías) y mermeladas. A la industria y al mercado “va prácticamente la misma fruta, solo cambia el tamaño”, aclara García.
Altos costos
El costo de producir frutilla es alto. “El riego es por goteo, los plantines vienen de Chubut, y todo impacta en los costos”, asegura Dip.
“Se hacen los camellones (técnica agrícola en la que se amontona la tierra en línea, para brindarle mejores condiciones a la planta), preparamos la tierra, los micro y macro túneles, los fertilizantes están dolarizados, no hay tractores sino que todo es trabajo manual. La inversión por hectárea para iniciar una plantación (alquilar tierra, conseguir cajones, plásticos, bombas, mangueras, plantines, etc.) ronda entre 4 y 5 millones”, afirma García.
Patria frutillera y exportación
En todo el país hay alrededor de 1.700 hectáreas de frutilla y se calcula que el consumo promedio por persona es de 1 kg/año. En superficie, Buenos Aires es la mayor productora de frutillas, con alrededor de 650 hectáreas en la zona de Mar del Plata y Área Metropolitana. Luego le siguen Santa Fe -específicamente Coronda-, y Tucumán, ambos “cabeza a cabeza” con 300 a 350 hectáreas. Más atrás está Jujuy (Perico) y Mendoza con 30 a 50 hectáreas. “En este último pelotón se incorporan desde hace algunos años Arroyo Leyes y Santa Rosa de Calchines, en Santa Fe. También están Corrientes, Córdoba y Neuquén”, detalla el productor Ricardo Ramírez.
Un dato de color respecto a la producción frutillera en Tucumán: allí son corondinos que se trasladaron y comenzaron con la explotación desde hace un tiempo. De hecho la superficie tucumana se divide entre tres o cuatro productores frutilleros, mientras que en Coronda son alrededor de 90 pequeños productores.
En Coronda casi todo queda en el mercado interno, a diferencia de Tucumán que la mayor parte se exporta. Tucumán no tiene industrias y están lejos de los grandes centros de consumo y también hay más infraestructura para la frutilla; de hecho cuentan con un aeropuerto con cámaras frigoríficas. Sobre este tema, Dip cuenta que junto a otros 4 productores tienen una pyme con una cámara de frío y en un momento llegaron a exportar: “Hoy no se puede hacer más. Se reniega mucho. Hay que pagar impuestos antes de sacar la mercadería y no disponemos de ese dinero”.
“La hidroponia es el futuro”
En Brasil, el 80% de la frutilla se cultiva con el sistema de hidroponia. En Argentina hay algunas experiencias de productores, pero demanda una gran inversión y por eso se dificulta su adopción. “La hidroponia es el futuro, pero hoy, con la rentabilidad que tenemos, es inviable”, asegura Ramírez.
El Inta viene realizando ensayos con plantines en sistemas de sustratos alternativos a la tierra, con aportes nutricionales a través de la aplicación de fertilizantes con el riego. Se trata de un sistema en altura de semi-hidroponia, que implicaría menos enfermedades y, por ende, menos aplicación de productos fitosanitarios.
La bajante histórica de la cuenca del Paraná también trajo consecuencias negativas en la última cosecha de frutilla. “Siempre se buscó producir cerca del Coronda porque era donde teníamos buen agua. Hoy está mejor el agua de napa”, dice Ramírez.
“Normalmente se riega con 0,75 Ds/cm de sal y ahora estaba en 4,5 Ds/cm. Difícil que una planta aguante ese grado de salinidad”, agrega Dip. “El año pasado fuimos castigados doblemente: agua con mucha sal significó menos rendimiento. Pero en otros lugares del país tuvieron buena cosecha. Por ende, los precios fueron bajos”, remata García.
Falta mano de obra
En promedio, se calcula que se necesitan dos o tres personas por hectárea para producir frutilla. “A esto hay que sumarle mucha gente que trabaja todo el año, como tractoristas, encargados, transportistas o las fábricas. En el momento de despalillar (octubre, noviembre) trabajan muchas mujeres mayores corondinas que van al galpón una o dos horas por día”, describe Ramírez. Calculan que el sector involucra alrededor de 5.000 a 6.000 personas directamente.
Todos los productores coinciden en que una de las dificultades más importantes que tienen es la falta de mano de obra: “Es un problema que tienen todas las economías regionales con mano de obra intensiva”, describe Ramírez. “En el establecimiento, desde hace años estoy con la misma gente. Son todos corondinos que fueron golondrina en su momento y se quedaron. A otros productores les trabaja gente que viene del norte, pero cada vez vienen menos”, cuenta Dip.
“Al sector le falta un encuadre legal adecuado para absorber mano de obra. Es un tema que lleva muchos años y no se resuelve”, dice Ramírez. El productor entiende que es necesario constituir una “mesa grande con los legisladores y todos los sectores involucrados. Los gremios tienen mucha preponderancia en los gobiernos provinciales y nacional, pero hay que sentarse a conversar. Tenemos que buscar una ley para producciones regionales y darle garantías al productor y también al cosechero”.
La frutilla llega a Coronda de la mano de don Lamberto Lafuente, un español que, según cuentan algunos memoriosos, allá por el 1919, salía a vender distintos productos a los pueblos de la zona con una jardinera, aquel carruaje abierto de cuatro ruedas tirado por caballos. En una de esas vueltas, le regalaron unas plantas de frutilla y las llevó a Coronda.
“Don Lamberto le obsequió algunos ejemplares a Juan Savoya quien, a su vez, le entregó algunos a mi abuelo, don José García. Y es él quien ve el negocio y comienza a sumar superficie. Así, en 1921, ocurre la primera cosecha comercial”, cuenta Miguel García, nieto de don José.
“Primero la vendían en la zona, luego Rosario y finalmente en 1935 llega la frutilla corondina a Buenos Aires”, cuenta con orgullo este productor corondino que hoy transita “la tercera edad”. Don José regaló miles de plantas a vecinos y amigos para que hicieran sus plantaciones y así ayudó a crear esta simbiosis en la que la ciudad es sinónimo de frutilla.
Hoy, sin embargo, hay dificultades para seguir con el legado de la actividad ante la falta de recambio generacional. “Muchos hijos de productores y también cosecheros se dedican a otra cosa, y no se los puede obligar a seguir a pesar de toda la historia y posibilidades que tenemos”, lamenta García.
“Una política que incentive la exportación y que no choque con el mercado interno, generaría trabajo genuino en el campo y en las fábricas”, agrega con cierto escepticismo el nieto de quien fuera el responsable, hace 100 años, de que Coronda comience a transitar por el dulce camino de la frutilla.
Por suerte, darse por vencido no está en el vocabulario de estos santafesinos que siguen apostando a pesar de las dificultades: “Para producir frutilla tenemos los mejores productores, el mejor clima, la mejor arena y, hasta antes de la bajante, también la mejor agua. Hay que acompañar y mantener el sector hasta que se pueda encontrar una oportunidad”, cierra Ramírez.