“En Luján existen restricciones para las aplicaciones de fitosanitarios en áreas periurbanas y nosotros estamos al lado del pueblo. Por eso reconvertimos el primer tambo y lo hicimos orgánico, pero después nos dimos cuenta de que existía un plus económico y eso nos potenciaba la rentabilidad, por lo que pasamos a producir de la misma forma en los otros dos tambos de la empresa”, cuenta Oscar Kise, productor y responsable de San Benito, la firma tambera 100% orgánica ubicada en Luján, provincia de Buenos Aires.
Reconvirtieron un tambo orgánico y potenciaron la rentabilidad
Los tres tambos cuentan con la certificación internacional OIA y tienen un acuerdo con Nestlé de aprovisionamiento de leche orgánica por diez años.
A grandes rasgos, el primer requisito para que una producción sea orgánica es evitar el uso de fitosanitarios de síntesis química (es decir, fertilizantes, herbicidas, insecticidas y fungicidas), así como también de hormonas u organismos genéticamente modificados. A su vez, hay parámetros para los tratamientos sanitarios. “A diferencia de los tambos convencionales, acá los tratamientos son individuo por individuo”, explica Kise.
Además, otro de los pilares fundamentales de los planteos orgánicos es el bienestar animal. “Tenemos vacas adaptadas al pastoreo, que no tienen estrés y no son exigidas, porque no buscamos grandes producciones individuales sino moderadas. Por eso contamos con animales de razas Jersey, Holstein neozelandés y cruza entre ambas, además de algunos ejemplares de Sueca Blanco y Rojo. Buscamos que las vacas sean longevas y tengan una buena performance reproductiva”, detalla el responsable de San Benito.
Reservas
“Para consolidar este sistema, pensamos mucho en cómo hacer la base forrajera”, admite Kise, y relata que en el caso de las pasturas, el 100% son pradera permanente. La idea -dice- es tener toda la superficie en rotación y como es un sistema complejo por la limitante en el uso de insumos, al lograr una pradera hacen todo lo posible para sostenerla la mayor cantidad de tiempo que se pueda.
Esto coincide con la arista reproductiva de las vacas: “Tenemos un sistema biestacionado de parición (en otoño y primavera), por lo que los requerimientos de las vacas coinciden con los picos de producción de las praderas permanentes. En cuanto a las reservas, nos basamos en los excedentes primaverales. En el caso de los excedentes tempranos, como las condiciones climáticas no nos permiten hacer heno, hacemos silo de pradera. Y con los cortes tardíos hacemos rollos como forma de preservar a través de la henificación”, detalla el productor. A su vez, buscan que las praderas sean polifíticas, es decir, con muchas especies. “Así, si alguna fallara por cuestiones climáticas, de suelos o por presencia de plagas, hay otras especies como resguardo”, acota.
Para la confección de reservas forrajeras también cuentan con una superficie externa con avena y vicia para silo o rollo, y en verano utilizan moha y sorgo. En el caso del sorgo, buscan tener un cultivo bastante similar al maíz -pero sin OGM- y un cultivo sembrado a una distancia de 20 cm, lo que permite cerrar rápidamente el surco. Esto es fundamental a la hora de prescindir de los herbicidas, porque el propio cultivo sombrea las malezas presentes en ese momento.
AgroGusmerini es la firma de contratistas forrajeros de Luján con la que trabajan. Los Gusmerini pican hasta unas 2.500 hectáreas anuales con su Jaguar 960 con cabezal de corte directo, un ORBIS 750 y el recolector PU300. En San Benito, pican entre 200 y 250 hectáreas anuales entre praderas, verdeos de invierno y sorgo, bajo protocolos estrictos de la certificadora del tambo y de Senasa, que implican limpiar los restos orgánicos para evitar la contaminación por materiales transgénicos y fitosanitarios.
Agustín Gusmerini admite que contar con una Jaguar les da tres grandes garantías: la gran capacidad de producción, confiabilidad y un servicio técnico a mano para resolver cualquier inconveniente rápido y frenar lo menos posible su trabajo.
Un giro hacia nuevos objetivos
Kise narra lo que significó volverse un productor orgánico. “Veníamos de trabajar en un tambo convencional en el que buscábamos altas producciones individuales y al pasar al sistema orgánico tuvimos que dar un giro de 180 grados. Fuimos a una vaca más chica, con menores promedios, y eso implicó toda una reconversión. Todavía no llegamos a los parámetros que nos propusimos pero en el primer y segundo año logramos aumentar los sólidos (aunque no llegamos a igualar los litros que teníamos antes), pasando de tener una leche de 6,5% -entre grasa y proteína- a una de 8,4%”, afirma.
Ahora, el objetivo es tener como mínimo una vaca y media por hectárea, lograr 18 litros de leche por vaca y acercarse a un 9% de sólidos, que es la tendencia en la comercialización en ese segmento. En ese camino, están incrementando cada vez más la carga, que ya está entre 30% y 40% por arriba que en los inicios, aunque aclaran que no se trata de un peso metabólico que creció en ese porcentaje, sino del cambio por vacas de 700 a 450 kilos.
Con esta nueva forma de trabajo, Kise y su equipo admiten haber entendido que con el esquema biestacionado y las vacas cruza, el sistema y su trabajo se empiezan a ordenar por sí solos. Ahora el tambo va creciendo por la propia reposición. “Somos nosotros los que dominamos el tambo y no al revés”, concluye.