La bioeconomía como modelo de desarrollo y de despegue de una Argentina distinta es posible. Así lo sostuvieron Fernando Vilella, director del programa de Bioeconomía y titular de la cátedra de Agronegocios de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (Fauba), y Roberto Bisang, magister en Economía, profesor titular de esa materia en la Fauba, además de consultor de diversos organismos internacionales como la Cepal, el Banco Mundial, la OMS y la FAO. Ambos disertaron en el último congreso de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), que se realizó en Rosario.
Cuáles son los ejes de una política bioindustrial
Por Patricia Martino
Argentina está frente a una encrucijada y tiene un doble desafío.
Bisang consideró que el país tiene que seguir la tendencia mundial de descarbonización pero tiene una economía con el 40% afuera del mapa de la subsistencia mínima y tiene que cambiar su matriz productividad, que no da plena repuesta en términos de ocupación, salarios ni localización productiva. “Es un doble juego, no sólo es descarbonizar es repensar la matriz productividad, en la que el campo tiene que jugar otro rol”, subrayó.
El profesor de economía en la Fauba detalló que, históricamente, como sociedad lo que se hizo fue copiar adaptativamente al modelo de desarrollo internacional. “El Winco lo copiamos con 30 años de retraso. Sobre esa base armamos una estructura productiva, siempre con energía fósil, petróleo barato, a veces nuestro y a veces importado. Pero ese modelo que está en crisis nos plantea nuevas preguntas a futuro, no podemos seguir haciendo lo mismo para tener un resultado distinto en un mundo que está cambiando”, señaló.
Apuntó, en ese sentido, que las nuevas generaciones “van a pensar más en el yuan que en el dólar”, la inteligencia artificial desafiará al ser humano y la edición génica será entre la convergencia de la biotecnología y las tecnologías electrónicas.
La pregunta del millón en este nuevo escenario es: ¿Cómo hacer un parámetro distinto de producción con la bioeconomía como base?. Bisang citó referencias internacionales. “En los papers norteamericanos bioeconomía es algo parecido a biotecnología aplicada, va en esa línea. En Europa está muy claro la preeminencia de lo ambiental. Pero ambas sociedades ya están desarrolladas, para nosotros la tabla de salvación es la industrialización eficiente y sustentable de los recursos. Es un modelo de desarrollo. El país tiene sentido y una posibilidad distinta a la del pasado y eso pasa por la industrialización sostenible de lo verde”, resaltó.
Para saber el punto de partida, Bisang hizo referencia a una trabajo realizado por el Ministerio de Economía en el 2021, que replanteó todo el PBI y lo reconfiguró en 62 cadenas productivas para desglosar qué es la Argentina productiva hoy. Un país en el ue “vamos al supermercado y a la ferretería y hay cosas que no están porque la matriz productiva tiene más agujeros de lo que habíamos pensado”.
En el estudio se detalló que un 18% de la economía argentina es agrobioindustria. Y ahí hizo foco Bisang. Este segmento “es más que la industria manufacturera tradicional, conformada por industria metalmecánica, petroquímica, electrónica”.
Es que la industria manufacturera no es necesariamente “lo que la gente tiene en la cabeza”, señaló. Explicó que el valor agregado del sector automotor en argentina es de 2 ó 3 puntos, el de la electrónica producida localmente es de 1 punto, y el de textiles y confecciones es 4 ó 5 puntos. “Y del otro lado tenemos el campo a cielo abierto que anda pisando el acelerador y no figura en el radar”, detalló. Y se quejó: “Algo estamos comunicando mal si la percepción de la sociedad es que el progreso está en este tercio”.
Y puso una mirada crítica sobre los regímenes de promoción industrial en Argentina. “Tenemos un régimen electrónica en Tierra del Fuego, un régimen automotor, otro de pymes”, repasó. Y explicó que eso significa que “la sociedad argentina en general está sustentando un modelo productivo que es complicado desde el punto de vista de la contaminación y el carbono”.
“Estamos con el viejo modelo y la alternativa del nuevo modelo”, arengó. Y agregó que “hay un modelo regulatorio más empalmado con el pasado y menos con las cuestiones que de sostenibilidad en materia productiva”.
Al interior del propio sector agrobioindustrial, alertó, tampoco es oro todo lo que reluce. “Hay 8 ó 10 cadenas que se llevan el grueso, y una multiplicidad de 16 cadenas agroindustriales que nos la tienen prometida.”, indicó.
En ese punto, consideró que las promociones que la Argentina está aplicando al modelo productivo no apuestan a la bioeconomía. “Argentina apuesta a la vieja promoción industrial, y por eso un tercio de las retenciones a la exportación va a parar a la industria electrónica”, indicó.
Añadió que, de los casi u$s 5 mil millones en desgravaciones impositivas que involucran los regímenes promocionales, la bioenergía, que es un eje central, es una parte ínfima. “Cuando miramos otros regímenes que no están en el presupuesto pero implican transferencia de recursos nos encontramos con casos curiosos: Argentina tiene un régimen automotor pero es muy difícil conseguir un auto full flex”.
La bioeconomía, es a su juicio, la que está llamada a resolver el conflicto sectorial, “impulsando un nuevo modelo de producción y llevándolo en su total magnitud”. Y eso requiere, advirtió, coordinar instrumentos y políticas desde el sector público.
Pero desde el sector privado también se deben llevar adelante algunas acciones. “Tenemos que saber gestionar empresas bioeconómicas y readaptar cuatro o cinco temas fundamentales”, indicó. Se refirió a los problemas de saberes complejos, a la falta de recursos humanos especializados en los territorios: “El problema de una empresa de Villa María implica una respuesta local, es necesario pensar una respuesta local. Ahí se define la productividad del nuevo modelo”.
Para Bisang, las organizaciones intermedias son bisagras de este cambio. Un ambiente de encuentro, reflexión y generación de nuevas maneras de hacer políticas. “Es imposible hacer esto desde la centralidad planificadora del pasado y también es imposible hacerlo únicamente con las manos anónimas del mercado, es un salto cualitativo fundamental”, dijo.
En una economía “plagada de restricciones”, cualquier funcionario que trabaje sobre estos temas “se va a encontrar con el 97% de su agenda es resolver el pasado”. Por eso, la bioeconomía necesita “otro tipo de visión”, reseñó Bisang.
El economista propuso imaginar a Argentina como Arabia Saudita, pero que en lugar de tener petróleo tiene biomasa, renovable, desconcentrada territorialmente. “Hay 290 agriculturas y 30 ganaderías, la diversidad es excepcional en Argentina; tenemos abundancia de biomasa, conocimiento biotecnológico y. además, baja huella de carbono, mucho para trabajar en esa dirección”, indicó. Y resaltó: “La bioeconomía como estrategia de desarrollo es una luz al final del túnel pero no es la locomotora que viene sino la que tememos que tomar, que notablemente pasa temprano por Argentina”.
La adopción de las biotecnologías aplicadas en los campos, de genética bovina, producción de enzimas, biomedicamentos “nos agarró por diversas razones con un gap menor que cuando copiamos el Falcon de los 70”, enfatizó.
Territorialidad
Villella planteó cómo aprovechar la biomasa de manera sostenible y con un valor agregado significativo, utilizando conocimiento y tecnología en el proceso. También se enfocó en cómo esta mirada puede contribuir al desarrollo económico y ambientalmente sostenible del país. Es que la bioeconomía es biomasa y es conocimiento, y es el conocimiento cada vez más sofisticado, que está siendo incorporado para la transformación de esa biomasa en múltiples disciplinas. En este marco, la logística es fundamental. “Cuando hablamos del agregado de valor, que tiene que ir al territorio estamos hablando de desarrollo, de incorporar conocimiento, de tecnología en el territorio”, describió Vilella y agregó que se está pasando de un concepto que sirvió para una etapa de cadenas a un concepto de redes, mucho más complejo, que involucra a toda la sociedad.
El ingeniero agrónomo planteó que es importante saber qué disponibilidad de biomasa tiene el país, cómo está conformada la misma y el tema de las huellas ambientales. “Cuando vemos qué cantidad de biomasa está siendo extraída por los distintos sistemas vemos que son 235 millones de toneladas”, señaló.
De ese total, el porcentaje más significativo (55%) corresponde a los granos. “Hablamos de un año de no sequía, de 130 millones de toneladas, hablamos de los rastrojos, que tienen un servicio ambiental, y dspués vemos la importancia relativa del resto”, añadió.
En el caso del maíz, se exporta el 64% de lo que produce como grano. “Ningún humano consume ese grano, ningún humano consume el otro gran producto exportador de Argentina que es la harina de soja; somos exportadores de alimentos para animales, básicamente, para que otros hagan la agregación de valor que no estamos haciendo”, describió.
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También apuntó que sobre que esa biomasa que se exporta, por ejemplo, el maíz tiene la huella ambiental como ciclo de vida más baja del mundo. “Si hacemos un maíz de baja huella, todo lo que hagamos con él va a seguir con esa baja huella. Argentina en lugar de tener un argumento defensivo de parte de terceros, debemos dar una discusión desde la perspectiva de nuestra producción. Cuando medimos el pollo de Argentina tiene la tercera parte de huella de carbono de un pollo de Reino Unido y de Brasil 70% abajo, país que es el principal exportador de pollo. Son cuestiones a tener presente”, resaltó.
Por eso instó, a recapitular y planteó: “Estamos produciendo mucho, con baja huella ambiental, y podemos producir mucho más. Está el desafío de generar un modelo de desarrollo que a partir de eso que estamos haciendo transforme los territorios, la sociedad y haga una argentina más vivible”.