Son muchas las figuras que podrían graficar el estado de la cadena de valor láctea en estos momentos. Una podría ser el funámbulo haciendo equilibrio en la cuerda floja. Otra, “la espada de Damocles”, como alegoría de un presente donde los números de la actividad contrastan entre lo promisorio y lo amenazante. También podría ser la paradoja del veraneante que, con tal de no perderse ni un día de playa, se aventura a pasar su jornada al aire libre aunque el pronóstico le esté avisando que en el horizonte se está formando la peor de las tormentas.
Cadena láctea: buenas cifras en una coyuntura desafiante
En la metáfora del veraneante, la lechería argentina crece a pesar de las amenazas, dado que al observar los indicadores fuera de contexto todo hace suponer que la actividad marcha bien.
En 2020, la producción de leche nacional creció más que cualquier lechería del mundo, a una tasa del 7,3%, muy por encima de la media internacional si se la compara con países emblemáticos como Nueva Zelanda, Australia, EE.UU o la Unión Europea, que promediaron entre 1 y 2% respecto al año precedente.
Las exportaciones del sector también repuntaron en 2020 creciendo a un ritmo inédito del 30% anual, cerrando el ciclo con más de 2.800 millones de litros colocados, lo que representa el 25% de la oferta total y una de las tres mejores performances que se registran de los últimos 30 años.
Incluso el mercado interno, pandemia mediante, se desperezó luego de varios años y creció un 2,4%, ubicando el consumo per cápita anualizado en 184,5 litros/habitante.
Además, el escenario mundial muestra una recuperación de los precios internacionales impulsados por la fuerte demanda del sudeste asiático, con valores que el mercado no tenía desde hacía cinco años.
Sin embargo, los productores no tienen rentabilidad y la gran mayoría de las empresas lácteas está en crisis, por lo que leer estas estadísticas en forma aislada, puede inducir a una interpretación errónea y por ende a un mal diagnóstico de la situación.
En el campo el clima es casi todo, y el período que va desde la primavera de 2019 al otoño de 2020 fue un período notablemente favorable para que los productores de las principales cuencas lecheras pudieran confeccionar reservas en cantidad y calidad, complementados por la conveniente relación maíz/leche.
Este escenario se vio impulsado a su vez, por una secuencia de rentabilidad positiva durante todo 2019 y los primeros meses de 2020, en el que el productor apostó a producir mejor dando un paso más en su escala.
Gracias a esta inercia, y porque a las principales cuencas lecheras no les pegó tanto el efecto de la sequía en curso, el tambo logró redondear una primavera aceptable que consolidó el crecimiento promedio del 7,3%.
En cuanto al mercado interno, “el mayor consumo se dio fundamentalmente en los productos básicos (leches no refrigeradas, leches en polvo, quesos de pasta blanda, manteca, dulce de leche y yogures bebibles), donde las ayudas sociales jugaron un papel preponderante y ese mayor consumo de productos commodities fue en detrimento de productos de mayor valor agregado, ya que el deterioro de los segmentos medios de la pirámide de ingreso, retrajo su consumo”, según analiza el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (OCLA).
A esto se puede sumar el efecto de la cuarentena en sus primeros meses y las “compras de pánico” que dieron golpes de demanda inusuales que sorprendieron a las propias empresas lácteas.
Lo de las exportaciones lo explican los países con poder de compra que quisieron stockearse y el rápido repunte de China luego de superar la fase crítica de la pandemia.
Los nubarrones
¿Dónde surge la crisis de las empresas? La mitad del costo operativo de una industria láctea lo explica el valor de la materia prima leche, que en promedio, según datos de la Dirección Nacional de Lechería, aumentó un 27% en 2020. Un precio que hoy oscila los $ 23 /litro pero que tampoco cubre los costos del promedio nacional de los tambos.
El otro costo clave es el laboral operativo, que explica un 15% del total (promedio) y en el año aumentó más del 40%, luego de las peleadas paritarias que logró Atilra. En tanto, la inflación general y el tipo de cambio se ubicaron entre 35% y 43%, sumando un aumento total de costos del orden del 35% aproximadamente para el eslabón industrial.
A estos tres factores se los debe contrastar con los aumentos que le permitió el gobierno a la industria por sus productos a salida de fábrica. Según consta en el Ocla, en base a datos del Indec, los precios de la canasta básica de lácteos tuvieron un incremento interanual promedio del 12,9% (un 6,3% si considera el rubro completo leche, lácteos y huevos), cuando la inflación minorista fue de 38,5%”. Si al análisis se le suman otros indicadores nacionales como el rubro “alimentos y bebidas no alcohólicas”, éstos aumentaron un 42,3% en el año y el dólar oficial BCRA tuvo una variación interanual del 43,3%, “lo que evidencia claramente un retraso de precios de los lácteos superior al 20%”, según analiza el Ocla.
Recién con el inicio de 2021 el gobierno flexibilizó un poco su política de precios máximos y admitió que el sector podrá incrementar escalonadamente un 6% los productos hasta abril, pero igualmente el gran atraso que arrastra la industria láctea en general hace prever que será insuficiente para equilibrar la ecuación.
Horizontes distintos
Al igual que sucede en el sector primario, en el entramado industrial hay diferentes realidades dentro del mismo eslabón, según niveles de escala, productividad, eficiencia y endeudamiento. Empresas multinacionales que se encuentran bien, con resultado operativo sostenible; empresas nacionales con dificultades de rentabilidad pero con solvencia financiera; y empresas multinacionales y nacionales insolventes e ineficientes a las cuales, de no cambiar esta situación macroeconómica con controles de precios, sólo les resta esperar el golpe de knockout. En Santa Fe hay de los tres casos.
Haciendo la salvedad de que la lechería fue uno de los rubros esenciales bendecidos con la posibilidad de no frenar en plena pandemia, no se puede soslayar la reestructuración operativa que debieron afrontar las fábricas, adicionando costos extras para la implementación de estrictos protocolos laborales y logísticos, con sistemas especiales de licencias y procedimientos de emergencia ante la aparición de casos de Covid, para no interrumpir la llegada de los productos a las góndolas mientras se bregaba por la seguridad sanitaria de todo el proceso. Un costo fijo que aún perdura.
¿Qué dice el pronóstico?
Un gerente general de una importante láctea santafesina, confió su diagnóstico de la situación: “Arrancamos el año muy parecido a cómo terminamos 2020 y mientras la variable costos sube por el ascensor, la variable precios sube lentamente por la escalera, con el pequeño porcentaje que nos autorizaron a subir de acá al mes de abril, seguimos estando lejos de lo que necesitaríamos para compensar”.
En abril, el gobierno volverá a reunirse con las entidades del sector industrial para autorizar algún aumento extra en las listas de precios y permitir que las usinas recuperen un poco de lo que perdieron durante 2020. Sin embargo, es un secreto a voces en el eslabón industrial que abril/mayo será el inicio de la parte fuerte y caliente de la campaña electoral, donde el gobierno no se arriesgará a pagar el costo político de ningún aumento de precios en góndola.
El buen momento de las exportaciones marca otra de las paradojas en esta cadena. Por un lado, la leche cruda se revaloriza de la mano del poder de compra de las exportadoras, que están dispuestas a ofrecer aumentos de 1 a 2 $/litro para asegurarse la provisión de materia prima y aprovechar la plaza.
A la cabeza de este grupo está Saputo, una de las firmas más eficientes de la Argentina, mientras que muchas de las medianas que compiten en el mismo segmento deben seguirle el pulso si no quieren perder remitentes, agravando así su desfase en planilla de caja.
Las grandes empresas con clara orientación al mercado interno están haciendo malabares para que el rojo de sus balances no los arrastre a un agujero negro. Es el caso de Mastellone (La Serenísima), que en marzo dará a conocer un ejercicio económico deficitario, producto de una gestión comercial condicionada por el aumento de los costos operativos durante todo 2020, un pasivo financiero creciente y “precios máximos” absolutamente descalzados en la cadena de valor. El reciente “cese de funciones” del director general de la compañía, Ernesto Arenaza, así lo confirma.
Una situación similar en Santa Fe se da con la firma de capitales extranjeros Milkaut (con sede en Franck) donde el management decidió apartar al gerente general Juan Carlos Dalto, buscando revertir la estrategia de mercado que no dio los resultados esperados, luego de los grandes condicionamientos que se vivieron durante 2020.
En otro escalón está la realidad de las polveras, que están aprovechando el viento de cola exportador, como la esperancina La Ramada, entre otras exportadoras eficientes (que no son muchas), motivadas por la escalada de valor que están teniendo los commodities lácteos en el mercado internacional.
Esta semana la referencia del Global Dairy Trade (Fonterra) para Leche en Polvo Entera fue de u$s 3.615 por tonelada, acumulando un 9% de aumento en sus dos eventos de febrero y consolidando una tendencia alcista que suma siete subas consecutivas desde noviembre a esta parte. Cabe destacar que el producto de exportación que más vende la lechería argentina (45% de los envíos) es la LPE, que tributa por retenciones un 9%.
Hipótesis de coyuntura
El rumor de pasillo en este escenario es que las exportadoras presionarán la competencia para captar más leche con un mejor precio para el productor. Y las empresas de mercado interno que no quieran perder producción comenzarían a direccionar productos a canales que autoricen algún aumento adicional de precios, como pueden ser supermercados locales, autoservicios y almacenes, que pueden escapar a los controles del gobierno. En este sentido, son varios los operadores que aseguran que en las grandes cadenas de hipermercados podrían notarse faltantes de algunas marcas tradicionales en las semanas venideras.
Esta hipótesis, aunque parezca rebuscada, se sostiene en un dato real: la producción de materia prima arrancó el año con una fuerte caída estacional del 10% y este faltante hace prever que las empresas darán prioridad de abastecimiento a aquellas bocas de expendio que les permitan incrementar precios en planchada por sobre aquellas que están fuertemente auditadas por la opinión pública y el gobierno en un contexto de aumentos generalizados.
Otra de las grandes de Santa Fe, Williner (Ilolay), firmará a fin de mes la restructuración de su deuda financiera con bancos acreedores, confiando en que las inversiones realizadas hace un año atrás para leche en polvo y yogures, comiencen a retribuir algo del riesgo asumido.
Una fuente calificada de esta firma rafaelina comentó que lo que más les preocupa en estos momentos no es la deuda sino la imposibilidad de ajustar precios, ya que sin resultado operativo positivo, no podrán afrontar la refinanciación lograda.
El análisis institucional
Desde el Centro de la Industria Lechera (CIL), su presidente, Ércole Felippa, opina: “Estamos atravesando uno de esos ciclos que cada tanto tiene la lechería argentina, donde todos los eslabones estamos con alta incertidumbre, producto del gran desorden que reina en la macroeconomía nacional con desacoples en los precios de la leche respecto del de los insumos, y que por otro lado, al ser una actividad donde históricamente se ha tenido un alto nivel de intervención por parte de los distintos gobiernos, se provocan todo tipo de distorsiones”.
Según el vocero de los industriales, a su vez presidente de la cooperativa láctea Manfrey, el entuerto tiene tres aristas: “Por un lado a los productores no les alcanza el precio que perciben porque tienen gran parte de sus insumos atados al dólar; las empresas lácteas no pueden trasladar a precios los aumentos que necesitarían los tambos; y el consumidor siente que los productos son caros pero no porque lo sean en realidad sino porque su poder adquisitivo es insuficiente como consecuencia de estas distorsiones macroeconómicas”.
Un ejemplo: “Hoy un litro de leche en góndola es más barato que un litro de gaseosa o incluso de agua, con lo que cuesta producir ese litro de leche”, define Felippa.
Desde el CIL, y en el marco del diálogo propuesto a nivel nacional para tratar el tema de los precios de los alimentos, los industriales hicieron llegar al gobierno una propuesta para elaborar una línea económica de productos con varias marcas nacionales pero con la condición de que se salga del sistema de precios máximos para darle oxígeno a las finanzas de las empresas. Al margen de que algunas grandes ya firmaron acuerdos especiales por Precios Cuidados, ésta propuesta quedó sin respuesta por parte del gobierno.