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Contratistas: un oficio en permanente evolución

La radiografía de un actor clave de la agricultura argentina, que cosecha el 70% del área nacional. Los números de la actividad y las dificultades para amortizar equipos
24 de julio 2021 · 06:00hs

Sembrar la tierra, proteger los cultivos durante su desarrollo y cosechar los granos, es una actividad habitualmente asociada al productor agrícola. Pero en rigor, el gran protagonista detrás de este acto milenario denominado agricultura muchas veces es un tercero contratado. Así, la figura del contratista toma entonces una relevancia significativa y se vuelve un actor central en la principal actividad productiva del país.

Según los números que maneja la Federación Argentina de Contratistas de Maquinaria Agrícola (Facma), que nuclea a siete centros, asociaciones y cámaras de Argentina, hay alrededor de 12 mil prestadores de servicios rurales en todo el país. Una actividad que comienza a tomar una relevancia mayor en los albores de la década del 60, producto de cambios en los arrendamientos, una mayor rotación de cultivos y avances tecnológicos que permitieron que se expandiera el área de siembra y esto potenció el trabajo de los contratistas rurales. La actividad se terminó de consolidar a mediados de la década del 90, con la aparición de la siembra directa.

Actualmente, por lo menos el 70% del área nacional se cosecha mediante contratistas. Es decir que de las 33,25 millones de hectáreas que según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires se implantaron con soja, maíz, trigo, cebada, girasol y sorgo durante la campaña 2020/21, algo más de 23 millones fueron cosechadas por los contratistas. El número se incrementa si lo que consideramos son las pulverizaciones, ahí el trabajo realizado por contratistas puede llegar a cubrir hasta el 90% del área agrícola nacional. En el caso de la siembra, el porcentaje manejado por los contratistas es menor debido a que los productores tienen más facilidades para realizar esta tarea y para adquirir los equipos, de tal manera que pueden rescindir de contratar el servicio.

Los números de la actividad

Si bien como todo negocio el factor de oferta y demanda es clave, existen algunas cuestiones que son fundamentales para determinar el valor del trabajo que realizará el contratista, como por ejemplo la disponibilidad de equipos durante la ventana de siembra y cosecha o el nivel de tecnificación que maneje.

De todos modos, Facma tiene una lista de precios orientativos que se renuevan cada 6 meses, pero con las dificultades que atraviesa la economía, las listas pueden llegar a actualizarse inclusive antes. La continua suba de costos y la variabilidad del dólar son dos factores que dificultan mucho al contratista y afectan seriamente su resultado económico.

Por ese motivo, la federación, desde hace algunos años, optó por poner el equivalente en dólares a la lista de precios. De todos modos, desde Facma reconocen que este valor no suele ser muy respetado por los productores al momento de contratar el servicio.

“Por suerte muchos se dan cuenta de que no podemos seguir trabajando como lo hacíamos antes, cobrando con cheques a 60 ó 90 días. El deterioro de máquinas también es responsabilidad de los productores. Si no se pagan las tarifas que se deben pagar, los fierros de los contratistas se resienten” asegura el vicepresidente de Facma, Luis Simone.

En el caso de la cosecha, la lista de precios propuesta por Facma contempla diferentes variables como productividad (ha/hora), rendimiento (qq/ha), gastos operativos (conservación máquina, personal, combustible, administración e impuestos), costo de propiedad (amortización e intereses) y la utilidad sobre el costo operativo que está determinada en el 20%. Este último factor, según el vicepresidente de la Cámara Bonaerense de Contratistas Rurales, Diego Marchesotti, termina siendo la principal variable de ajuste al momento de definir el precio final del servicio.

Teniendo en cuenta este desglose, la federación propone dos valores, uno en dólares y otro en pesos. Como referencia, en el caso de la soja con un rinde estimado en 24 qq/ha, el precio propuesto es de 71 u$s/ha o de 6.874 $/ha; en el maíz con un rinde de 70 qq/ha, el valor es de 100,2 u$s/ha o 9.616 $/ha; por último, en el caso del trigo con un referencia de 34 qq/ha el contratista debería cobrar 68 u$s/ha o 5.154 $/ha.

Pero no sólo cosechar es lo que hace el contratista. Hay otra gran lista de trabajos para los que el productor requiere de sus servicios y estos también tienen precios de referencia ya estipulados. Entre otros, el servicio de arado (41 u$s/ha); rastra (38 u$s/ha); desmalezadora (20 u$s/ha); siembra (39 a 54 u$s/ha); aplicación de fitosanitarios liquido (6 a 10 u$s/ha); aplicación de fitosanitarios sólido (12 u$s/ha); henificación fardo (183 $/unidad), rollo (2.000 $/unidad) o mega fardo (3.900 $/unidad).

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La tecnología aportó valor al trabajo del contratista, pero también lo su experiencia de manejo.

La tecnología aportó valor al trabajo del contratista, pero también lo su experiencia de manejo.

“Cuando el contratista tiene rentabilidad se nota porque invierte en equipos, cambia la camioneta, busca más empleados. En cuanto a los números, es difícil hacer un balance. Si lo medís en pesos parece un escenario pero si lo miras en dólares es todo lo contrario. Hoy en moneda fuerte perdemos, porque hay inflación en dólares para los costos. Así que en pesos te parece que ganás, pero cuando lo pasás a dólares te das cuenta de que sos cada vez más pobre”, dice Simone.

Créditos y amortización

Es imposible hablar de maquinaria, de contratistas y del desarrollo de la actividad sin pensar en el acceso a créditos. Se trata del factor más decisivo que tiene el prestador de servicios para crecer, tecnologizarse e inclusive para mantenerse en la actividad.

En este sentido, opina Sergio Marinelli, un contratista que trabaja unas 5 mil hectáreas en el sur de Santa Fe, “todo lo que sea cosechadora o equipos de campo siempre se pagó con crédito, es imposible pagarlo con plata propia. Hoy tenemos algunos bancos que están ofertando líneas interesantes pero se necesita mucho más”.

Por su parte, Simone asegura que “el macrismo no nos favoreció nada con los créditos. Estuvimos cinco años, prácticamente, con cero. Hoy tenemos algo, no muy bondadoso, pero algunas líneas existen. La verdad es que cuesta mucho sacarlo, pero hay oportunidades en que lo hacemos por necesidad, si no renovamos la máquina lo pagamos nosotros con menos trabajo. Sabemos que cada 6 ó 7 años debemos cambiar la cosechadora. La sembradora o el tractor puede durar un poco más”.

Muchas veces la imposibilidad de acceder a créditos genera que los contratistas tengan que recurrir a la utilización de repuestos que no son los indicados para el equipo que poseen y eso repercute en un mayor deterioro de las máquinas. Porque no se trata solamente de comprar nuevas, también se trata de renovar las que están utilizando. Si se considera que hoy el promedio de cosecha de un contratista se ubica en torno a las 50/60 hectáreas por día de soja o a las 35/40 hectáreas de maíz, tener equipos confiables y en buenas condiciones se vuelve fundamental. Para eso, el acceso al crédito es indispensable.

Fierros y tecnología

Otro de los puntos clave, que viene de la mano de la rentabilidad y el acceso al crédito, es la tecnología aplicada al trabajo o a la maquinaria. En este punto, Marinelli es una voz autorizada para explicar en qué situación se encuentran hoy.

“En nuestro caso empezamos a incorporar tecnología en 1995, cuando instalaron el primer monitor de rendimiento en Argentina junto al Inta Manfredi. Hoy tenemos muchísima tecnología puesta arriba del equipo, monitores de rendimientos, piloto automático, sistemas de balanzas inalámbricas en las tolvas que te mide en tiempo real los kilos que se van descargando a los camiones”, asegura Marinelli que además de contratista rural es “tester” de maquinaria agrícola.

¿Pero cuál es el verdadero impacto de la tecnología en el trabajo agrícola? Las respuestas pueden ser múltiples, pero siempre en una misma línea. La mayor utilización de tecnología, de robótica, de agtech, beneficia el trabajo en el campo, baja costos de producción, determina mejor los momentos de cosecha, facilita la aplicación de agroquímicos y fertilizantes, limita pérdidas por desperdicio durante la cosecha, etc. De todas maneras, como agrega Marinelli, los resultados no son tan fáciles de ver y van muy ligados al éxito comercial que tenga el productor.

Hoy sin duda parece que el universo tecnológico en el agro es cada vez mayor y ni siquiera hay tiempo para acostumbrarse a un desarrollo, que a los cinco minutos aparece uno nuevo. Pero hubo que desandar un largo camino para llegar hasta aquí. “Cuando instalamos un banderillero satelital, eso fue una adopción de cero a 100 en un día, un beneficio muy rápido. En cuanto a cosecha, por ejemplo, los mapas de rendimiento tuvieron un período de adaptación difícil hasta que se empezaron a entender, a comprender cómo procesar los datos. Hoy la adopción es mucho más sencilla. Primero, porque hay un cambio generacional y segundo porque la electrónica también fue mejorando”, dice Marinelli.

No sólo el gusto del contratista (y también del productor) por los fierros o por la innovación tecnológica son clave en este punto. También debería serlo la capacidad de repago que tiene toda esta tecnología. “Hay mucha tecnología que pasa de moda muy rápido, hay que estar con los ojos abiertos e invertir en lo que ya sabemos que funciona y no ir siempre a comprar lo último. Por ejemplo, podríamos comprar un sensor de proteína pero lo más seguro es que nadie nos pague un plus por diferenciar proteína. Eso demuestra que tenemos algunas tecnologías que son fantásticas, pero que todavía no están listas para ser incorporadas y que generen ingresos rápido. En electrónica es muy fácil gastar plata”, agrega Marinelli.

En este contexto, si bien es cierto que en muchas ocasiones el mejor paquete tecnológico utilizado termina siendo una herramienta para que el contratista pueda diferenciar su servicio, también es cierto que es muy difícil ponerle un precio a eso. Entonces, aunque la diferenciación en el servicio es un precio extra, es muy difícil saber cuánto es esa diferencia.

En mayo de este año se conoció un informe del Inta, que explicaba que durante la cosecha de soja se pierden, en promedio, 142 kilos de granos por hectárea (2,4 M tn considerando el total del área sembrada) a través del cabezal o de la cola de la máquina. Desde el Inta consideran que esta situación puede ser morigerada gracias a la tecnología, pero que también es esencial la capacitación del personal que maneja los equipos. “No es difícil lograr una reducción en el nivel de pérdidas de cosecha, porque el parque de cosechadoras mejoró en cantidad y calidad, la información de cómo hacerlo está disponible; además Argentina posee productores y contratistas de cosecha muy bien preparados para lograrlo. Para aumentar la eficiencia de cosecha se propone regular adecuadamente los cabezales y cosechadoras a lo largo de la jornada, conociendo y utilizando toda la tecnología disponible que tienen las máquinas actuales y evaluando permanentemente durante la jornada de trabajo las pérdidas de cosecha con la metodología del Inta”, señala el informe. Dando cuenta que la tecnología soluciona problemas, pero no siempre funciona sola.

“Tenemos que fortalecer la capacitación. Eso nos va a permitir utilizar de manera eficiente todos los fierros que hoy vienen con muchísima tecnología pero que, como muchas veces no nos explican bien el funcionamiento, los usamos a media y no le sacamos todo el provecho para el cual están diseñados”, considera Marinelli.

Los avatares del contratista

Pero el trabajo del contratista rural no está solamente compuesto por números, fierros y tecnología, lo más importante que atravesó siempre esta actividad es el modo de vida, con largos períodos alejado de la familia y compartiendo de igual a igual entre jefe y empleado. En este punto Luis “Freddy” Simone asegura que “el contratista es medio nómade por naturaleza”.

Pero al igual que se modernizaron las máquinas, en algún punto también se modificaron las labores. Si bien la esencia del trabajo es la misma, los cambios en las ventanas de siembra, el desarrollo de los cultivos de tardíos, la posibilidad de cosechar en el norte y sur del área agrícola al mismo tiempo y el crecimiento de empresas dedicadas a los servicios rurales modificaron en parte el esquema tradicional.

Simone agrega que “las campañas hoy duran menos tiempo por el mejor desempeño de las máquinas y además ahora hay muchas más posibilidades de volver. No es lo mismo venirte desde Tucumán a Buenos Aires con las camionetas que tenemos actualmente, a lo que era cuando andábamos en una gasolera que no pasaba los 90 kilómetros por hora. Lo pensabas varias veces antes de volverte, y terminabas quedándote 4 ó 5 días en la casilla esperando las condiciones para cosechar. Hoy esas condiciones cambiaron rotundamente para el contratista, y decidir viajar 1000 kilómetros, cuando vas a estar una semana parado, no tiene ningún freno”.

El último aspecto fundamental que cambió en la vida del contratista es la casilla. “Hoy una casilla es casi como estar en tu casa. Tenemos tv satelital, electricidad por energía solar, baño con agua fría y caliente, la verdad es que las casillas de hace 15 ó 20 años atrás no tienen nada que ver con las de ahora. Fue un cambio categórico. Lo único que no se modificó es que sigue siendo el ámbito donde los contratistas y los empleados, somos todos iguales. Las condiciones que tiene el patrón también las tiene el peón”, sintetiza Simone.

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